Bibliografía
Debemos hacer un esfuerzo por enriquecer paulatinamente la bibliografía que hace referencia a Bernardo Leighton
La obra que se puede considerar cumbre de ella, es el Libro titulado:
“Hermano Bernardo“, escrito por Otto Boye, distinguido escritor, maestro, investigador, periodista, hombre público (click acá para ir al libro).
Es una obra extraordinaria que todos deberíamos leer. El Libro está a disposición de quien se interese, a través de Internet.
En parte la obra está escrita por el mismo Bernardo.
Para empezar, parece conveniente trasladar contenidos finales de la obra, donde se resume opiniones del autor sobre el Hermano Bernardo:
“No pensaba en sí mismo, sino en lo que le sucedía a los demás. Chile y su pueblo, en particular sus pobres, fueron su gran preocupación. Amó a su ‘patria del alma’, como la llamaba con frecuencia, en forma incondicional. Vibró desde muy joven con los grandes acontecimientos nacionales, pero nunca dejó de verlos como un contexto compuesto de miles de historias concretas, con gente de carne y hueso, con sus grandezas y miserias, con su trascendencia y trivialidad. Pocos hombres han sido tan prácticos y aterrizados como Leighton, para buscar todo tipo de soluciones a cada problema que surgía en su camino, sin caer en el pragmatismo frío, amoral, sin ideales generosos. Pero prefería siempre hablar poco de estos últimos, tal vez porque los practicaba hasta el exceso y tenía fe en que de esta forma convencían más y se expandían mejor“. “Asesinos intelectuales y materiales quisieron segar su vida, creyendo que así podrían eliminar los ‘peligros‘ de su accionar. No sabían de su inmortalidad. Leighton no sólo sobrevivió al atentado (que él llamaba ‘accidente‘) casi veinte años, sino que, con el silencio acusador que guardó disciplinadamente a partir de entonces, puso maravillosa y misteriosamente de relieve, que las armas que matan son muy débiles, virtualmente impotentes, para enfrentarse con la santidad, con la grandeza de alma, con la fuerza de la verdad encarnada en una persona como él. ¡Qué miserables y pequeños -que vulgares y rascas- se ven hoy, desde esta perspectiva, los que creyeron en el poder de la violencia criminal como medio para sacar a Leighton del camino! Esos pobres diablos no sabían de su inmortalidad, no la creían posible. Leighton, con su silencio, les demostró que aunque lo hubiesen matado en esa ocasión, habrían sido derrotados igual, tarde o temprano, porque lo que querían matar con él y en él, que era su decencia, su bondad, su clarividencia política, su defensa digna y corajuda de sus principios de libertad, justicia y solidaridad con los más desamparados, eso -¡sí, eso!- era inmortal e invencible. Más aún, ¡es inmortal e invencible!”
“¿Vive o no vive Leighton? Aunque he dicho muy poco de lo mucho que sé de su rica y ejemplar vida, creo que es suficiente para avalar la idea de que está vivo, de que está entre nosotros y de que no morirá nunca mientras existan en nuestro país gentes dispuestas a vivir sus ideales como él lo hizo“.
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Otro interesante libro sobre Bernardo Leighton es la obra de la Periodista señora Patricia Mayorga Marcos, que reside en Roma desde 1975. Es corresponsal en Italia y en el Vaticano del diario El Mercurio. La publicación tiene como editorial El Mercurio. Aguilar
El libro se titula:
“El Cóndor Negro: El atentado a Bernardo Leighton y las relaciones secretas entre Pinochet y la internacional fascista”
Esta obra es la entrega de un completo trabajo de investigación sobre el intento de asesinato de Leighton en Roma, que culmina con el atentado de octubre de 1975 en la capital itálica que deja gravemente herida y con resultados adversos a su esposa Anita para toda su vida.
En parte de su Prólogo José Manuel Álvarez G. señala textualmente:
“Bernardo Leighton nunca volvió a ser el mismo y murió en 1975. Su esposa Anita no ha logrado borrar de su mente esas imágenes que dieron un giro total a su vida y las recuerda día a día, sentada en su sillón del departamento que ocupa en un edificio del sector oriente de Santiago. La acompañan sus muebles, sus recuerdos, sus fotos junto a su esposo, especialmente aquella que los muestra a ambos con el Papa Pablo VI, en junio de 1968.“
“Pero en su corazón no hay odio, sólo pena; una pena infinita“.
Me he permitido incluir la Introducción de este libro escrita por el entonces senador José Antonio Viera-Gallo que constituye un verdadero testimonio de la vida y valores de este gran político. La Introducción que se presenta a continuación lleva como título.
Un político ejemplar
La noticia cayó como un rayo inesperado en la serena tarde del 6 de octubre de 1975, durante el mes en que el tiempo de Roma se vuelve más límpido y amable. Se expandió como un reguero de pólvora entre las casas de los chilenos. Copó el inicio del noticiario de la noche y las primeras páginas de los diarios del día siguiente.
Un desconocido con la cabeza envuelta en una media había disparado a Bernardo Leighton y a su esposa, Anita Fresno, mientras intentaban abrir la puerta del edificio de departamentos en vía Aurelia, a escasos 500 metros del Vaticano, dejándolos tendidos en el suelo en un charco de sangre.
No se sabía si sobrevirían
Para muchos fue como despertar a una pesadilla de la cual habían querido alejarse; entre ellos, la joven periodista Patricia Mayorga, exiliada en Italia. Su impacto seguramente es el origen de este libro.
Recuerdo los golpes en la puerta de nuestro departamento, la cara y la voz de Gloria Montes, mujer de Julio Silva Solar, afirmando desconcertada; “Han disparado a Bernardo. Está en el Hospital San Giovannie“. Al llegar se veían manchas de sangre y se escuchaban gritos de dolor de la señora Anita.
Cuando la televisión italiana me preguntó el origen del crimen no tuve ninguna sombra de duda: fueron los servicios secretos del general Pinochet y los grupos violentos neofascistas italianos. Ya habíamos tenido la advertencia del asesinato del general Prats y señora en Buenos Aires el año anterior, más o menos en la misma fecha. Al año siguiente le tocaría el turno a Orlando Letelier en Washington.
Con Bernardo Leighton me unía un lazo de profunda admiración y respeto desde que ejerciera el cargo de Ministro del Interior en el primer período del Gobierno de Eduardo Frei Montalva. Durante la Unidad Popular habíamos conversado muchas veces. Era conocida su voluntad de colaborar en la solución de los problemas que podían contribuir a precipitar una crisis política hasta desembocar en una intervención militar. En los últimos meses había ayudado a resolver varias situaciones difíciles en contacto con Carlos Briones, el último Ministro de Interior de Salvador Allende.
El 10 de septiembre de 1973 hablé con él por teléfono. Lo advertía de la inminencia de un golpe militar. Me reafirmaba su decisión de ir a La Moneda a acompañar al Presidente Allende y defender así la estabilidad democrática sin titubeos, desde su condición de opositor al gobierno. No aceptaba aventuras militares de ninguna naturaleza, ni bajo ningún pretexto. Leighton unía un carácter amable, un espíritu dialogante y constructivo y una férrea voluntad. En ciertas cosas básicas -diríamos de principios- no admitía vacilaciones.
No pudo llegar al Palacio presidencial. Entonces se dio la tarea de redactar una declaración clara condenando la destrucción de la democracia y en su casa logró la firma de otros importantes dirigentes de la Democracia Cristiana en disenso con la directiva de la época. El texto es obra suya. Quienes la firman se inclinan respetuosamente antes la muerte de Salvador Allende en La Moneda.
Apenas se levanta el toque de queda a mediodía del 13 de septiembre, en conocimiento de la detención de los primeros dirigentes de izquierda, interpone un recurso de amparo ante los tribunales, en especial por la libertad de Clodomiro Almeyda, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores. Su espíritu democrático confiaba en los Tribunales de Justicia a los cuales había defendido de ataques que él consideraba injustos durante el mandato de Allende. Pero éstos no respondieron. Su presidente, Enrique Urrutia, había investido de poder a la nueva Junta Militar. Desde entonces y por largos años serían obsecuentes al nuevo gobierno.
Vetado por la prensa, hostigado por las nuevas autoridad, incomprendido por su partido, atormentado por el silencio forzoso al cual se ve sometido e impotente para detener o al menos aminorar las violaciones masivas a los derechos humanos, Bernardo Leighton decide aceptar una invitación formulada por vías corrientes de la Democracia Cristiana italiana que no se contentaban con las explicaciones oficiales que la directiva de la DC chilena daba a los acontecimientos en curso y se sentían indefensas mientras en Europa arreciaba el debate sobre lo que sucedía en Chile.
Leighton era el exponente más creíble y el testigo con mayor legitimidad para decir la verdad de lo que había y continuaba aconteciendo. Es preciso recordar que el Papa Paulo VI había en dos ocasiones lamentado públicamente el derramamiento de sangre en Chile y había exhortado a las nuevas autoridades a detener atropellos a la dignidad humana.
Varios amigos y conocidos suyos fuimos a esperar a Leighton al aeropuerto. Su figura nos traía el recuerdo de la república perdida. No llegó como exiliado. Conservaba su pasaporte chileno. No como nosotros que teníamos que viajar con un título de viaje dado por las Naciones Unidas para los apátridas. Los Leighton se instalaron primero en Piazza Farnese en un hospedaje para peregrinos y luego se trasladaron al departamento de vía Aurelia.
De inmediato comenzaron sus actividades políticas, en especial con los democratacristianos italianos y europeos. Hizo varios viajes a Holanda, España y Alemania. Pero no hacía declaraciones públicas para evitar que le prohibieran el reingreso a Chile. Su idea era permanecer sólo unos meses.
Intensos fueron también sus contactos con los dirigentes políticos chilenos en el exilio o que pasaban por Roma. Hay que tener en cuenta que en la capital italiana funcionaba la oficina de Chile Democrático, encargada de coordinar las actividades de solidaridad con Chile en todo el mundo. En ella participaban todos los partidos políticos de la Unidad Popular más la representación del MIR. Leighton era un gran conversador y su palabra clara y certera instando a deponer diferencias y trabajar en forma coordinada por el retorno a la democracia causaba un gran efecto. Su casa se transformó en un lugar de encuentro privilegiado.
Y eso era justamente lo que necesitaban las fuerzas sociales y políticas que se oponían a la dictadura. Se había creado un abismo entre la UP y la DC, y dentro de aquel conglomerado cundían las recriminaciones por las diferencias estratégicas que se habían manifestado durante el Gobierno de Allende, culpándose mutuamente de la derrota. En la DC también se habían delineado diversas actitudes frente al nuevo régimen: unos lo rechazaban tajantemente, otros lo criticaban esperando que abandonara el poder, y los menos colaboraban en puestos de responsabilidad, especialmente técnica. A poco andar, los menos abandonaron la DC, para sumarse a la dictadura.
Inquietos por la situación y el transcurso de los meses, algunos le propusimos a Leighton sacar una publicación periódica amplia en que se pudieran verter todas las posiciones contrarias a Pinochet y que fuera capaz de promover un debate serio sobre las causas del derrumbe de la democracia y las acciones más eficaces para lograr su recuperación. Éramos Julio Silva Solar, de la Izquierda Cristiana; Esteban Tomic, de la DC, y el que suscribe. Don Bernardo aceptó entusiasmado. Gracias a un modesto aporte de sectores de la DC italiana, en especial del parlamentario Gilberto Buonalumo y de Aminto Fanfani, surgió la revista Chile-América, en la cual además colaboraba establemente el periodista Fernando Murillo. Luego pasó a formar parte del Comité de Redacción el dirigente radical Benjamín Teplizky.
El número inaugural salió en septiembre de 1974, para el primer aniversario del golpe militar. Eran pocas hojas en que se volcaban nuestras inquietudes. La publicación duró nuevos años ininterrumpidamente y llegaba en forma regular al exilio chileno disperso por el mundo, a los centros académicos y políticos interesados en Chile y América Latina y pocos ejemplares eran enviados en forma relativamente clandestina al interior del país . A poco andar, muchos chilenos nos enviaban sus colaboraciones. Chile-América fue un centro de información, intercambio de ideas y unión.
La posición editorial de la publicación era la necesidad de ir logrando una convergencia de todas las fuerzas políticas que se opusieron al régimen de Pinochet, sin distinciones ni exclusiones preconcebidas. Para ello era imprescindible superar la Unidad Popular y conformar un nuevo frente político amplio en torno a un programa de convergencia mínimo aceptado por todos, con tres principios básicos: luchar contra la dictadura y no dialogar con ella, proponer un objetivo democrático de recuperación de los valores e instituciones republicanos y no usar métodos violentos.
Era, en el fondo, el planteamiento de Bernardo Leighton.
El primer número está marcado por el asesinato del general Carlos Prat y su esposa en Buenos Aires. El deleznable crimen era un argumento más para plantear y perseverar en la línea diseñada. Divididos nada podíamos, unidos éramos el germen de una alternativa futura.
Pese a sus cuidados, Bernardo Leighton no pudo evitar participar en actividades públicas que tuvieron cobertura en la prensa internacional y, en cierta medida, chilena. Recuerdo una entrevista en la revista El ciervo, en España; un foro en la ciudad italiana de Terni moderado por el periodista de la televisión italiana que había cubierto el golpe en Chil, Italo Moreti, y un artículo breve en el siguiente número de Chile-América titulado “Una conducta DC ante la dictadura“, en los que rechazaba cualquier contacto o conversación con las autoridades de facto.
Entonces, llegó la noticia tan temida: el Gobierno de Pinochet le prohibía el regreso a Chile. Fue para él y para la señora Anita un golpe muy duro. Pasaban a integrar la comunidad del exilio, en esa inhumana condición en que no se sabe cuándo se podrá regresar al país de origen, si es que algún día se logra. El exilio es un tiempo como vacío de sentido que se vive entre la añoranza de la tierra perdida y la esperanza del retorno, mientras el presente se escabulle entre mil actividades cuyo significado parece casi una ilusión o el simple fruto de una voluntad de vivir pese a toda la adversidad.
Don Bernardo no perdió nunca el sentido de que los hechos realmente trascendentes para el devenir del país ocurrían dentro de Chile, y por eso sintió su exilio como una suerte de amputación política. Sin embargo mantuvo un nutrido y variado contacto con gente que vivía dentro del país o pasaba por Roma. A nadie le cerraba las puertas. Significativos fueron sus encuentros, por ejemplo, con el cardenal Raúl Silva Henríquez y otros obispos chilenos que venían con frecuencia al Vaticano. Sin embargo, nunca logró ser recibido por el Papa. La burocracia vaticana se interponía y seguramente la Embajada chilena ante la Santa Sede también hacía su trabajo. Y eso le dolía mucho.
Con Eduardo Frei Montalva, su compañero de luchas políticas de toda una vida, mantuvo una correspondencia de varias cartas de contenido político. Conocidas eran a esas alturas sus discrepancias. La mayor parte permanece inédita en poder de la señora Anita Fresno. Sólo dos de esas misivas se publicaron hace algún tiempo en el diario El Mercurio de Chile. Don Bernardo nunca quiso revelar su contenido. Su idea era convencer a Frei, consciente como estaba del papel fundamental que él podía jugar en el restablecimiento de la democracia, como de hecho efectivamente ocurrió años atrás.
Constantes eran en cambio sus contactos con Radomiro Tomic que vivía en Ginebra, Gabriel Valdés en Nueva York, Mariano Fernández, Edgardo Riveros y Ricardo Hormazábal en Bonn, y muchos otros cuyo nombre se me escapan.
No puedo terminar estas líneas sin referirme a la precaria situación económica que afectaba a la familia Leighton. Don Bernardo había entregado sus posesiones a la DC de joven. Sólo tenía una modesta casa en Santiago. No recibía a esas alturas ninguna jubilación o renta de diputado. Vivían con una escasa ayuda que les daban los grupos DC que los habían invitado a Italia, y a veces esas mensualidades se atrasaban dejando a los Leighton en gran dificultad. Una semana antes del atentado me llamó pidiéndome prestado para hacer las compras de la semana (a mí que vivía entonces con una beca de la Fundación Ford), a lo que accedí de inmediato. Vivíamos una gran solidaridad entre los exiliados. Cuento este detalle para refutar el mito del “exilio dorado” y para que se sepa la honradez a carta cabal que siempre tuvo don Bernardo.
Leighton fue un hombre dedicado por entero al servicio público y a la política. Fue un ejemplo de consecuencia y modestia. Muy abierto en el diálogo, pero muy firme en sus convicciones. Nunca se dejó llevar por los espejismos de las modas que sacudieron la política chilena desde la década del 60. Era una columna sólida de la república. Desde joven había luchado contra las dictaduras y los atropellos. Tuvo un papel preponderante, siendo dirigente estudiantil, en la caída del Gobierno de Carlos Ibáñez. Y ahora la historia lo había puesto en otra encrucijada.
Este libro es una buena semblanza de su honorable figura política. Se podría discrepar con sus posiciones, pero nadie puede dejar de reconocerle a Bernardo Lighton la integridad moral y el valor político que tuvo. Sorprende que en una persona así, tan indefensa, haya podido caer en la mira de la DINA y ser objeto de un atentado.
El primer cuadro general de lo ocurrido con el atentado del 6 de octubre de 1975 lo tuvimos con el libro Laberinto, escrito por el entonces fiscal norteamericano Eugene Propper, encargado de la investigación del caso Letelier. En sus páginas se narra la trama exterior de la DINA y los planes de Manuel Contreras para eliminar o neutralizar, como el mismo ha confesado, a los opositores de Pinochet en el exterior. Luego vino el proceso judicial en Italia impulsado por el fiscal Giovanni Salvi, que terminó con la sentencia condenatoria en ausencia de Manuel Contreras y Eduardo Iturriaga. A las declaraciones de Townly se sumaron las confesiones de su mujer Mariana Callejas en Siembra vientos. Otto Boye escribió un buen libro sobre Leighton bajo el título Hermano Bernardo.
Y ahora Patricia Mayorga nos entrega este interesante trabajo de investigación sobre el caso de Leighton y sus implicancias. En sus páginas quedan reflejados el profesionalismo y la dedicación al tema de la corresponsal de El Mercurio en Italia, así como su admiración por la figura señera de Bernardo Leighton, cuyas actuaciones mientras vivió en Italia pudo conocer de cerca.
Estamos ante un libro importante y un personaje cuya memoria debe ser rescatada y perpetuada como ejemplo para las generaciones que no lo conocieron.