Testimonios
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01. Hortensia Bussi de Allende
02. Patricio Aylwin Azócar
03. Eduardo Frei Ruiz-Tagle
04. Ricardo Lagos Escobar
05. Jaime Castillo Velasco
06. Volodia Teitelboim Volosky
07. Carmen Lazo Cabrera
08. Enrique Silva Cimma
09. Alejandro Silva Bascuñan
10. Maximiano Errázuriz Eguiguren
11. Juan Antonio Coloma
12. Hernán Poblete Varas
13. Adolfo Zaldívar Larraín
14. Eduardo Palma Carvajal
15. Mario Arancibia Cárdenas
16. Sergio Fernández Aguayo
17. Ramón Valderas Ojeda
18. Dr. Juan Villalobos
19. Raúl Guerra Larraín
20. Guillermo Blanco
21. Sergio Fernández Aguayo (2008)
22. Iván Parra Ramos
23. Rodrigo Díaz Madariaga
24. Roberto Garretón
25. Esteban Tomic
26. Eduardo Beas
27. Baldo Santis
28.Eduardo Frei Ruiz Tagle
29. Mariano Ruiz Esquides
30. Rafael Moreno Rojass
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Lamento mucho no poder acompañarlos en el homenaje a nuestro estimado y querido amigo Bernardo Leighton, mi salud algo resentida por el paso de los años me impide realizar actividades por las mañanas. Sin embargo estaré con ustedes, con mi pensamiento y solidaridad, en el recuerdo de un hombre que supo ser consecuente con su país.
Con el afecto de siempre,
HORTENSIA BUSSI DE ALLENDE
Mensaje enviado por la señora Hortensia en respuesta a invitación a homenaje a Bernardo Leighton rendido en el antiguo edificio del Congreso Nacional el 16 de agosto de 2004
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Recordar a Bernardo Leighton es para los viejos falangistas como yo – aunque no lo fui de la primera hora sino tardíamente – añorar al hermano mayor: cariñoso, orientador, algo autoritario y socarrón. Era una buena mezcla de cabeza, corazón y voluntad.
Tal vez el gesto más representativo de su personalidad era un saludo de mano abierta, franca y cordial. De inmediato infundía confianza en su interlocutor que se sentía acogido por su calidez humana. Pero, más allá de eso, profesaba y demostraba afecto a sus interlocutores, especialmente a quienes trabajaban cerca suyo o compartíamos sus inquietudes e ideas.
Orientador porque expresaba con franqueza y claridad su pensamiento, a veces también con pasión. No era hombre de medias tintas. Decía lo que pensaba, sin intolerancia pero con convicción.
Líder moral indiscutible de la Falange Nacional, hablaba y actuaba con serena autoridad. No era la suya prepotencia intelectual ni pedantería ética, era la expresión natural de sus profundas convicciones. Todo lo cual no le impedía mantener y expresar, aún en las circunstancias más difíciles y dolorosas, una dosis importante de buen humor, más afectuoso que burlesco, que expresaba su enorme bondad.
Por todo eso fue y sigue siendo el Hermano Bernardo.
PATRICIO AYLWIN AZÓCAR
Ex – Presidente de la República
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Rindo un elogio patriótico al ex vicepresidente de la República don Bernardo Leighton, uno de los grandes estadistas chilenos del siglo XX. Doy testimonio de las virtudes superiores de uno de los precursores y forjadores de la Democracia Cristiana. Recuerdo al amigo entrañable de mi familia, cuya existencia iluminó mi propio hogar. Destaco a quien recibió el maravilloso don de ser reconocido por su pueblo, sin distinciones de ninguna clase.
Don Bernardo emprendió la encarnación de la virtud y del ejercicio del poder en una síntesis vital, chilena, sin pretensiones, con la autenticidad de los hombres que vienen del sur de nuestra tierra. Su gran naturalidad no lograba ocultar su poderosa inteligencia.
Fue precursor del pensamiento social cristiano. Dignificó las cátedras de Filosofía del Derecho y Derecho del Trabajo. Ejerció con talento la función pública y parlamentaria.
Con todo, el Hermano Bernardo fue siempre sencillo, la antítesis de los que buscan el prestigio. La riqueza y los elogios. Fue el Hermano Bernardo porque desdeñó los recursos del poder de esta tierra sin renunciar a la ineludible tarea política, “un deber superior de la calidad”, como dijo en los años 30 a través de toda nuestra geografía.
Bernardo Leighton fue precursor de un estilo político que, tarde o temprano, se va a imponer en la Humanidad. Tal estilo consiste en saber que los medios son los fines, porque los fines lejanos son los medios próximos. En definitiva, las buenas intenciones últimas de todo programa o proyecto político necesitan consagrarse en los modos y manera de conseguirlos. Los grandes espíritus de nuestro tiempo nos señalan que la gran crisis de la civilización, de la política y de la democracia tiene raíces éticas. Que la recuperación de la humanidad, dignificación de la política y la renovación de la democracia suponen vivificar permanentemente las fuentes morales que las inspiran.
Bernardo Leighton fue también un chileno de profundas convicciones republicanas y democráticas. él rechazó la tiranía para cualquier pueblo, con mayor razón para el chileno. Leighton creía en la democracia verdadera, aquella que proclama y practica la igualdad de oportunidades para el género humano. Vivía con sencillez y trataba a todos como iguales. Imperceptiblemente iba construyendo la comunidad de todos a través de los gestos, la sonrisa, las palabras. De ese modo afianzaba la amistad cívica y convertía a la democracia en un lugar común. Tuve el privilegio de conocerlo también en la intimidad de la vida familiar. Me unía a él un vínculo espiritual muy profundo. Así lo quisieron mis padres que, para unir nuestras familias en un nuevo parentesco, me hicieron su ahijado.
Esto ha sido siempre para mí una gran responsabilidad y espero ser fiel al legado que este hombre noble nos entregó.
EDUARDO FREI RUIZ-TAGLE
Ex – Presidente de la República
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Una de las figuras de mayor consecuencia política en la historia republicana de Chile ha sido Bernardo Leighton, quien junto a líderes como Eduardo Frei Montalva, Manuel Garretón, Radomiro Tomic, Rafael Gumucio y otras persolanidades relevantes del Partido Conservador formaron la Falange Nacional, que abrió caminos para instalar una fuerza política renovadora y significativa. Su consecuencia implicó su salida del ministerio de Educación, en el gobierno del Presidente Gabriel González Videla, por su oposición a la de denominada Ley Maldita. Incluso su vida fue puesta en riesgo años más tarde, en septiembre de 1975, al ser víctima junto a su querida esposa, Anita Fresno, de un bárbaro atentado en Roma. Bernardo siempre vivió motivado por la doctrina social cristiana, que abrazó con intensa pasión y cuyos valores plasmó con perseverancia en su existencia, como persona y como dirigente político. A nueve años de su muerte, su testimonio es fuente de renovación de los ideales de paz y justicia.
RICARDO LAGOS ESCOBAR
Ex – Presidente de la República
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Yo quisiera decir que hay dos interpretaciones clásicas acerca de la relación del ser humano y de la sociedad. Una de ellas consiste en que el factor social o socioeconómico es el fundamental, y que los seres humanos, las personas, están siempre en un especie de dependencia social, somos aquellos que el hecho social, la actividad social y económica determina. La otra es que el ser humano tiene, como se dice, cierta libertad aunque sea mínima del hombre que actúa en política, de ruptura, de creación, una capacidad más allá de la tendencia predeterminada por razones socioeconómicas o, también se podría decir, materialistas. Pero a veces destaca una persona que aparece como alguien que por su condición humana, por su condición intrínseca, por su valor profundo, es capaz de romper esas determinaciones y crear cosas nuevas y, de esta forma, se convierte en ejemplo. Bernardo Leighton fue precisamente, a mi juicio, uno de los ejemplos. Era un ejemplo por su actuación, por su forma de ser, y uno sentía la necesidad de seguirlo. Bernardo Leighton era una persona a la cual se la sigue aunque existan diferencias
Se alzó contra la dictadura, contra todas las dictaduras, las intuyó, sabía que la nuestra iba a ser una dictadura larga, pero no todos pensábamos igual y, por esa fuerza contra esa dictadura, nos dejó un gran ejemplo. Los que lo conocimos no podemos sino pensar siempre en él como aquél que nos enseñó. Un maestro n lo ético, en lo político, en lo personal. ése es el recuerdo que tengo de él y ese recuerdo va unido a Anita, su mujer, a quien acompañó y a quien tanto quiso.
JAIME CASTILLO VELASCO
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Hay hombres que hacen mucha falta en una sociedad. Son los que sirven al país. Son los seres de signo positivo y de talla moral, unidos en su modestia y sin aceptar nunca los cien denarios de la traición a los valores de la Humanidad.
Bernardo Leighton conoció el aprecio de la mayoría. Tuvo también su camino de calvario. Cuando, junto con su esposa, fue baleado, llegaba a la casa del exilio en Roma, a pocas cuadras del Vaticano. Pensó en unir a los hombres y mujeres de buena voluntad. Con toda razón fue llamado el Hermano Bernardo. Tuvimos desde nuestra lejana juventud la dicha de ser uno de sus muchos amigos.
Lo sigo recordando.
VOLODIO TEITELBOIM VOLOSKY
Ex Senador, Escritor
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Cuando con mi compañero Miguel Morales iniciábamos nuestra vida de exilio en Caracas, un día apareció don Bernardo con su señora, Anita, en nuestro departamento. Compartimos un té helado y algunos dulces en aquella memorable conversación. Ellos iban a Italia y nosotros estábamos felices de tenerlos en nuestro hogar.
Hablamos de todo, de nuestros sueños, de los años en que parecía que, aparte de nuestras conocidas diferencias, todos éramos vanguardia de aquello que queríamos y aún queremos cambiar: lo malo que hay en nuestro país. En una de ésas Bernardo dice: “Tenemos que irnos. A lo mejor cuando volvamos seguiremos peleando. Ahora, sin embargo, la lección es pelear….., pero nunca más echar abajo el ring“.
Lo vi después del atentado. Quedé con la angustia segura de que Anita quedaría sola e indemne, gracias a los esbirros de Pinochet.
CARMEN LAZO CABRERA
Ex Diputada
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Conocí a Bernardo Leighton Guzmán durante muchos años, especialmente como consecuencia de sus diversas actividades relacionadas con la cosa pública. Me formé de él la más alta opinión, sobre todo por la concurrencia en su personalidad de valores que fueron el desarrollo permanente de su gestión, tanto como hombre público y en su vida privada.
Me refiero a sus condiciones de hombre profundamente probo, de una honestidad combativa, celoso en la defensa de principios en que siempre estaban presente la corrección y la honestidad. Toda su vida luchó para defender su convicción de que la vida de los seres humanos debía estar impregnada siempre por el amor y la amistad. Hombre incapaz de tener odios y de sentir rencores, vivió siempre animado por el principio del amor al ser humano, que supo inculcar y practicar tanto en su gestión privada como pública.
Tengo la convicción de que hombres así son fundamentales en el desarrollo de la paz y la felicidad por la que siempre deben luchar los pueblos. Desgraciadamente no son muchos, porque de otra manera esos principios que deberían ser determinantes de la vida humana podrían obtener un logro.
ENRIQUE SILVA CIMMA
Ex Senador
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Alojados en el mismo pensionado universitario y compañeros desde el comienzo hasta el término en el estudio de la abogacía, pude aquilatar desde muy cerca las elevadas condiciones de talento y consistencia de su preparación intelectual y la profunda fe religiosa que adornaban a Bernardo Leighton, de quien me sentí cerca en comunión de ideales la vida entera. Si en alguna oportunidad no compartimos una misma visión del momento político, ello jamás debilitó nuestra profunda amistad ni alteró el trato cariñoso y cordial. Su figura representa un orgullo en la historia política chilena, como intérprete y servidor en ella del ideal cristiano.
ALEJANDRO SILVA BASCUÑÁN
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Tuve el honor de ser su colega como diputado en 1973. Quizás por la diferencia de edad entre ambos -él era el mayor y yo el más joven del Congreso- se produjo una amistad que perduraría muchos años. Interminables veces caminábamos junto desde la Cámara de Diputados hacia La Moneda. Observaba el cariño con que la gente lo saludaba y la sonrisa bondadosa con que don Bernardo les retribuía. “Yo no tengo hijos, pero tengo sobrinos a los que quiero como hijos míos“, me decía una y otra vez. Debo confesar que me sentí cautivado con sus enseñanzas y, especialmente, por su bondad y por su cariño. Era como si nos hubiésemos conocido de toda una vida.
Lo acompañé al final de sus días. Estuve con él en la clínica y más tarde en su casa. Estaba más preocupado que yo por mi soltería. Quería que me casara pronto. Cuando me comprometí fui a su casa con quien es hoy mi mujer. Ella se quedó con la señora Anita. Yo entré. Sonrió cuando supo la noticia.
Desde que falleció rezo por él todos los días y pido a Dios que lo tenga junto a él, gozando de esa paz que tanto bien hizo a quienes tuvimos el privilegio de estar algún día cerca suyo.
MAXIMIANO ERRÁZURIZ EGUIGUREN
Diputado
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Conocí a Bernardo Leighton en el atardecer de su vida. Había oído muchas veces en mi casa su nombre. Como íntimo amigo de mi abuelo, como el más joven de los ministros de Estado, como un servidor público de excepción, como un cristiano a carta cabal, lo cierto es que en esa conversación pude darme cuenta de por qué la gente lo quería, recordaba y admiraba tanto.
No sólo conocí en ese encuentro antiguas historias familiares, sino que, sobre todo, pude darme cuenta del valor del pensamiento profundo por sobre la superficialidad, de la reflexión serena por sobre el griterío, del amor a Chile por sobre los intereses pequeños del momento.
No fue la suya una historia común ni menos una historia fácil, pero al conocer su trayectoria uno se encuentra con una de esas personas que valen la pena, que reivindican el sagrado valor de jugarse por las ideas, de abandonarse por los principios, de enfrentar los desafíos y eso queda.
JUAN ANTONIO COLOMA
Senador
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Hay algunos que necesitan tribuna, amplios espacios, público frondoso para hacerse oír. Para otros basta la conversación pausada, la media voz amistosa, la reflexión confidente para convencer más que para apabullar.
De éstos era Bernardo Leighton, el Hermano Bernardo. Y no porque le faltara la garra de orador, al contrario, le sobraba. En las juntas nacionales del partido todos temían cuando al inscribirse los combatientes Bernardo decía: “Yo voy a hablar al último“. Sabíamos entonces que, arrasaba con su lógica, su pasión democrática, su íntegro espíritu de justicia y equilibrio.
Era parte de su naturaleza este juego de las convicciones íntimas por sobre el vocerío. Emanaba de él tal fuego de honestidad, de lealtad consigo mismo, que no quedaba espacio ya para las pasiones del debate. Aquello no era técnica ni estrategia política, era parte de sí mismo, como fue el acto de entregar las heredadas tierras sureñas a sus trabajadores puesto que él no sería agricultor sino abogado: no le pertenecía aquello que no era fruto de su labor.
Siempre admiré en Bernardo esa humildad interior que no era desconocimiento de su propio valer.
HERNÁN POBLETE VARAS
Escritor y Crítico Literario
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Nada hacía pensar que el niño frágil y enfermizo nacido en la pequeña y apacible ciudad de Nacimiento, en la Región del Bío Bío, llegaría a ser profeta en su propia tierra, muy respetado en el ámbito internacional y recordado después de su muerte
Bernardo Leighton Guzmán nació en 1909 y vivió hasta el año 95, por lo tanto no sólo fue espectador de los acontecimientos sociales, políticos y económicos que sucedieron en el país, sino además fue uno de sus protagonistas. Seminarista en Concepción, ignaciano en Santiago y universitario en la Católica, su definitivo liderazgo lo demostró desde el primer año como estudiante de Leyes, donde perteneció a la juventud de la Acción Católica hasta su ingreso al partido Conservador, compartiendo filas con el ex presidente de la República Eduardo Frei Montalva. Si bien demostró desde un principio su capacidad como político, fue tras la caída de Carlos Ibáñez del Campo en 1931, cuando se vislumbró su faceta de conciliar al impedir un trágico desenlace en una revuelta producida por la disconformidad de algunos ante la disposición de reducir el presupuesto de las Fuerzas Armadas, impuesto por el ministro de Hacienda Pedro Blanquier.
Las posiciones en el país se extremaron hasta tal límite que el gobierno había enviado la orden de aplastar la rebelión, fue entonces cuando el ministro del Interior, Marcial Mora, pensó en Leighton como el hombre adecuado para mediar con quienes eran tildados de rebeldes. Leighton evitó un desenlace trágico y le valió el calificativo de “Hermano Bernardo“, que lo acompañó hasta sus últimos días. A este hombre lo conocí en casa de mis padres, con quien mantuvo siempre una relación de amistad; una vinculación política y de respeto mutuo que se reflejaba en las continuas visitas que nos hacía, transformando muchas veces el living o la mesa del comedor en verdaderas butacas teatrales, con conversaciones profundas y anécdotas que a mis hermano y a mí nos deslumbraban, aunque éramos pequeños. Contaba cómo se había formado el partido Conservador, del cual llegó a ser presidente en el año 1935, y su posterior deseo de difundir la política social de la Iglesia que lo llevó a fundar la Falange Nacional, hoy Democracia Cristiana, junto a sus amigos a quienes mencionaba con simpáticos apelativos, como el “Flaco” Eduardo refiriéndose a Eduardo Frei Montalva, “Rrrdomir“, por Radomiro Tomic, Manuel Garretón, Manuel Francisco Sánchez, Jorge Rogers, Ignacio Palma y Rafael Agustín Gumucio, por mencionar algunos. Recuerdo sus relatos de cuando el jefe de Estado Arturo Alessandri lo nombró, en 1937 y con sólo 27 años de edad, ministro del Trabajo y, posteriormente, de Educación bajo el mando de Gabriel González Videla.
Como jefe de campaña del aspirante a la primera magistratura de la Nación Eduardo Frei Montalva, guió a muchos jóvenes y nos conquistó por su manera de ser, su entrega total en las cosas que hacía y su sencillez, que en lugar de inhibirnos ante su presencia nos motivaba a contarle nuestras vivencias.
Cuando Frei Montalva llegó a La Moneda, el Hermano Bernardo fue nombrado ministro del Interior, en esa calidad llegó a ser cuatro veces vicepresidente de la República . Mis amigos y yo nos aprovechamos sanamente de esa condición y de la amistad que había logrado con él a través de mis papás, para pasar continuamente por su oficina a manifestarle nuestras inquietudes, el trabajo en los colegios y universidades pero, sobre todo, para degustar unos pastelitos con una tasa de té que siempre nos ofrecía. Nos sentíamos importantes porque nos trataba de tú como si nos conociera desde siempre, y su profunda convicción religiosa nos motivaba a actuar lo más sanamente posible y prestar ayuda a quien lo necesitara. En esa calidad de ministro del Interior reunía a los jóvenes tratándonos en forma muy cariñosa de muchachos o bellacos, y acostumbrando a los carabineros encargados de Seguridad de La Moneda a que las puertas de su gabinete estaban abiertas para nosotros.
Tampoco experimentó ningún cambio en su actuar cuando en 1969 fue elegido diputado por el Primer Distrito de Santiago y en 1973 reelecto por el mismo sector, trabajo que le era familiar porque en 1945 había sido elegido por Antofagasta-
Si en lo político era decidido, comprensivo, y le gustaba el diálogo hasta con su adversarios porque para él no habían enemigos, en lo privado puso su profesión de abogado realmente al servicio de los pobres y de los sindicatos de trabajadores, a los que asesoraba gratuitamente. Su enfoque era el de la participación igualitaria que implicaba dar al pobre educación, posibilidades de mayor participación e independencia. Ciertamente nuestro amigo vivió muy influenciado por las encíclicas sociales de la Iglesia Renum Novarum y Quadragessimo Anno, publicadas en 1933.
Esa rica convivencia entre amigos, como consideraba a mis progenitores, y también adolescentes queridos, entre los cuales me contaba con mis hermanos, nos hizo sufrir lo indecible cuando en 1973, al ser invitado con su señora Anita Fresno por el presidente de la Juventudes Demócrata Cristianas de Italia, Gilberto Bonalumi, para explicar lo que sucedía en Chile, el Gobierno Militar le prohibió mediante un decreto ingresar al país. Ese impedimento que consternó a la gran mayoría de los chilenos, y en forma especial a los demócrata cristianos, fue mucho más allá cuando el 5 de octubre de 1975 manos siniestras con mentes insanas, comandadas desde Chile, atentaron contra su vida, dejando a su esposa inválida y a él con una salud cada vez más deteriorada. Recuerdo que al visitarlo en el convento de religiosas donde residía en las afueras de Roma, quedé impresionado de la pobreza franciscana en que vivía y del hermetismo que mantuvo sobre su situación, sin mencionar siquiera una palabra sobre los que trataron de matarlo, limitándose a decir “no podemos hacer suposiciones“. Sólo preguntaba cómo estaban marchando las cosas en Chile.
Aunque el Gobierno Militar el año 78 le permitió el regreso, Leighton continuó participando en el mundo político y partidario aunque de manera distanciada, pero siempre manifestándose abiertamente por recuperar la tradición democrática y restituir el Estado de Derecho del país, lo que no le era desconocido por haber vivido otras dictaduras chilenas.
Arrastrando tras de sí enfermedades, secuelas del atentado y otras propias de su edad, siguió visitando mi casa, pero ahora con sus moradores tan viejos como él. Es grato continuar escuchando los recuerdos de su vida en la que fue servidor, actor y protagonista de la formación de una Nación que mantiene viva su memoria más allá de su muerte.
Para mí el Hermano Bernardo fue un auténtico cristiano que aplicó y prestigió el espíritu Humanista que debería inspirar de la misma forma a todos quienes pertenecen al partido Demócrata Cristiano.
ADOLFO ZALDÍVAR LARRAÍN
Ex-Presidente del Partido Demócrata Cristiano
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En un acertado pensamiento José De Gregorio señaló hace algún tiempo “Todo empezó con Leighton“. Esta reflexión asume una significación doble. La más inmediata y evidente por sí misma nos recuerda la primera tarea histórica de Leighton, quien junto a Garretón, Palma y Frei en los años treinta del siglo recién concluido, encabezaban la Marcha de la Juventud. Ellos, desde las Universidades de Chile y Católica, iniciaron una ruta de más de setenta años renovando la política, las esperanzas y las metas de toda la Nación.
La segunda significación es aún más valiosa. Cada uno de los grandes líderes de este movimiento ha mostrado su propio carisma o, si se prefiere, la clave más característica de su personalidad. La de Bernardo Leighton es la caridad y en la vida política se convirtió en la amistad física. Así, don Bernardo vivió como un varón justo los avatares de la política con sus inevitables controversias, litigios y tensiones. La amistad física hacia adentro y hacia fuera.
él fue un militante ejemplar, vivió en la fraternidad demócrata cristiana, las discrepancias eran sólo puntos de vista diferentes y complementarios y no arrastraban reconcomios. No pedía obsecuencias ni oscuras fidelidades. En seguida, hacia fuera, la relación, cordial y alegre con sus eventuales contradicciones, en las distintas y cambiantes fases de la historia política del siglo XX. Desde ahí, del fondo del conflicto surgió, en un bautismo político, su nuevo nombre: “Hermano Bernardo“. Algunos teóricos de la política han señalado que su relación intrínseca y constitutiva es la del amigo y el enemigo, en diferentes grados de tensión según la época. El hermano Bernardo derogó con su vida esta ley de la dura realidad política.
Ahora nosotros respondemos a lo que hemos recibido como un don gratuito, la visita de un profeta. La única respuesta falsa es caer en la idolatría. Ella puede ser retórica y los homenajes rituales. El elogio a Bernardo Leighton debe ser una memoria viva que haga surgir, bajo nuevas formas, a otras mujeres y hombres que acometerán nuevas hazañas en este comienzo de un nuevo milenio.
Afirmemos con fe y voluntad que habría nuevos políticos como Bernardo Leighton en el mundo de la sociedad del conocimiento y de la información, para hacer de Chile una nación de hermanos.
EDUARDO PALMA CARVAJAL
Presidente del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos
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Bernardo Leighton Guzmán no escribió un libro, no tuvo hijos, no plantó un árbol y sin embargo nadie puede negar que fue un hombre cabal, un gran hombre. Bernardo Leighton Guzmán, nacido el 16 de agosto de 1909, fue un misionero y los misioneros no escriben libros, ni tienen hijos y a veces solamente plantan árboles y esparcen semillas.
Pero él fue titular de muchos diarios y periódicos, fue capítulo de muchos libros y párrafo de muchos discursos en nuestro país, y la raigambre de sus ideas y de sus afanes por darlas a conocer se hicieron luz e inspiración en generaciones de hombres y mujeres. Y la planta que puso en la tierra fértil de las Juventudes Conservadora, Falangista y Democratacristiana, es ahora árbol frondoso de un partido cuajado de flores y frutas y nido, donde permanentemente se acunan mujeres y hombres que recorren los suelos de la patria llevando esperanzas y procurando convertir en realidad los sueños de una sociedad comunitaria y solidaria.
Fue el “Pope” en la Universidad Católica, al decir del querido camarada Manuel Francisco Sánchez, su compañero de Leyes; fue el “Chicho” Leighton; fue uno de los “Almirantes“, como se llamó entonces, en la Falange Nacional, al cuarteto que integraba junto a Manuel Garretón, a Eduardo Frei e Ignacio Palma, y se inició en la azarosa, larga y difícil ruta del partido. Fue “el Ministro“, “el Vicepresidentes“, “el Diputado” durante una larga vida política y partidaria. Y siempre fue el “Hermano Bernardo“. Cordial, animoso, adversario fraterno, apóstol de la oportunidad, amigo de todos. Por eso a nadie consideró enemigo y actuó siempre como cristiano y como un verdadero demócrata. Lo sabemos todos.
Recogido en la paz hogareña cuando una enfermedad así lo dispuso, junto a su incomparable Anita Fresno Ovalle, ya no fue noticia permanente en radios y diarios y junto sufrieron las consecuencias físicas del artero y criminal atentado, que pretendió acallarlos para siempre en una calle de Roma. Perdonó Bernardo y perdonó Anita Fresno y Dios lo acogió cuando murió don Bernardo Leighton, vencido por la debilidad corporal que le fue aligerando el alma en anticipada elevación de vuelo. Entornó sus ojos con la serenidad de los buenos y de los fuertes y quedó de ellos la brillantez que seguirá iluminando los caminos de la paz, de la justicia, de la solidaridad y hermandad.
Bernardo Leighton Guzmán es el recuerdo que tendremos siempre presente los que fuimos sus amigos, camaradas y discípulos.
MARIO ARANCIBIA CÁRDENAS
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Mi admiración por don Bernardo fue grande y se agiganta con el transcurso del tiempo, cuando veo cómo las nuevas generaciones tienen motivaciones tan distintas y se mueven por intereses tal lejanos al absoluto desinterés que llevó a Leighton a la vida política.
Cuando falleció don Bernardo yo estaba en Rusia, así que no pude estar en sus funerales, pero le rendí un homenaje ante todo el cuerpo diplomático latinoamericano destacado en Moscú.
Espero poder adherir personalmente a cuanto ustedes hagan en el futuro por mantener vivo el recuerdo de un hombre excepcional, que la Democracia Cristiana chilena debiera nunca olvidar.
SERGIO FERNÁNDEZ AGUAYO
Ex Diputado
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2 Un interesante artículo del Diputado don Maximiano Errázuriz publicado en el Diario La Segunda con motivo del décimo aniversario de la muerte de Bernardo Leighton
Recuerdos de Leighton
La Segunda, 31 de enero de 2005
Autor: Maximiano Errázuriz
DiputadoSe cumplen diez años desde que falleció don Bernardo. Podrá extrañar que un diputado de Renovación Nacional le rinda este homenaje pero, estoy seguro, luego de leer estas líneas los lectores lo entenderán. En 1973 fuimos diputados juntos. él era uno de los de más edad y, sin duda, el de más prestigio, pues había sido ministro de Estado y Vicepresidente de la República. Yo el más joven de ese Congreso.
A los pocos días de jurar, me pidió lo llevara a su casa. Me sentí avergonzado, pues tenía un pequeño Fiat 600. De ahí comenzó una amistad que se prolongaría durante cuatro meses en que fuimos parlamentarios. Con frecuencia lo acompañaba caminando por el centro. La gente lo saludaba con afecto. él me decía, “no tengo hijos, pero tengo sobrinos a los que quiero como se fueran hijos míos; a ti te quiero como si fueras mi sobrino“.
Nunca le oí descalificar a nadie. Podría criticar actitudes, pero nunca a las personas.
El 22 de agosto de 1973 la Cámara de Diputados iba a votar un proyecto de acuerdo que declaraba la ilegitimidad del ejercicio del gobierno del Presidente Allende. Momentos antes de votar, el diputado comunista y ex presidente de la FECH Alejandro Rojas (“la pasionaria“) pidió sesión secreta e hizo despejar las tribunas. Cuando quedamos en la sala los parlamentarios, dijo: “Tengo información fidedigna de que estamos frente a un inminente ataque de Perú y Bolivia. La situación en el norte del país puede ser dramática en este momento. Un acuerdo de la Cámara como el que se pretende aprobar, debilitaría al Presidente de Chile para hacer frente a la crisis. Pido que no se vote“.Se produjo un silencia sepulcral. Don Bernardo pidió la palabra. Habló sin micrófono, pues estaban silenciados. “Nosotros no sabemos si es cierto lo que dice el diputado Rojas, pero pido a la mesa que nos reunamos mañana. Si es cierto no habrá sesión, pero si no es efectivo, el proyecto lo votamos mañana“. Los comunistas protestaron por lo que estimaron una falta de responsabilidad parlamentaria frente a una crisis internacional. Al día siguiente nos reunimos y votamos, aprobando el proyecto de acuerdo. De la crisis no se supo nunca más.
Cuando don Bernardo se enfermó lo fui a ver a una clínica privada. Me agradeció la visita y me preguntó lo mismo que muchas veces, “¿te casaste al fin?“. No don Bernardo, era mi respuesta.
A fines de 1994 lo fui a ver a su casa con quien era mi mujer desde hacía pocos meses. Estaba en cama. Moriría en unos días más. Ella se quedó con la señora Anita. Yo entré a su pieza. Le conté que mi señora estaba al lado, con la suya. “Entonces, ahora no puedo morir tranquilo“, exclamó con una sonrisa. En Puente Alto, como en muchos lugares de Chile, hay una villa que lleva su nombre. Las calles se llaman Lealtad, Bondad, Sinceridad, Honestidad, etc.
El legado de don Bernardo fue su ejemplo de sencillez y bondad. Su poder lo ejercitó siempre en beneficio de los más necesitados y de la justicia. A diez años de su fallecimiento, rindo homenaje a quien tanto me enseñó cuando, teniendo poco más de veinte años, llegué por primera vez a la Cámara de Diputados. Por eso, pido a Dios por él todas las noches y en todas las misas, para que el Señor le dé el merecido descanso que se merece y la contemplación de la Esencia Divina, esto es, de su propio Ser.
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Una reminiscencia de adolescente
Un interesante artículo de Rafael Luis Gumucio Rivas publicado el 8 de Enero de 2008, donde yuxtapone un prólogo panegírico de don Bernardo Leighton, con descalificaciones múltiples para los protagonistas actuales del devenir político, hace recordar una experiencia única con don Bernardo. Esto a propósito de la siguiente cita: “representaba el profetismo cristiano, con modales sencillos, gran dignidad, pero muy distinta la imagen que uno se hace de los barbudos profetas de la Biblia; jamás se escucharía de boca de Bernardo una frase dura o hiriente, o un juicio proveniente del resentimiento. En los tiempos del Chile pobre y republicano no había tanta secretaria que impidiera a cualquier ciudadano a hacer uso del derecho constitucional de petición; al vicepresidente Bernardo Leighton se le podía encontrar, sin guardias, en cualquiera de las 18 cuadras del centro de Santiago“.En 1950, mi esposa cursaba el tercer año en la Escuela Normal Nº 1, en Santiago, y en Octubre comprobó con desaliento que la Escuela había cerrado el año; esto desbarataba su promoción ya que siendo mal alumna en matemáticas su apoderada le contrataba un profesor que le enseñaba aritmética y geometría en los meses de noviembre y diciembre, logrando superar la valla al final de año. Llegado ya el momento de la enseñanza particular, no tuvo más remedio que enterar al profesor particular y a la apoderada que era inútil el esfuerzo puesto que estaba todo saldado, perdiendo irremediablemente el año.
El profesor particular le señaló que esa situación era irregular y que, por lo tanto, debía recurrir al Ministro de Educación directamente para remediar el hecho. Abriéndose esta ventana, se procedió a redactar una solicitud, explicándole caso al Ministro. Una vez escrita la carta de puño y letra de la joven estudiante, ella se fue resueltamente al Ministerio, no sin antes recibir el último consejo de su preceptor: debía insistir sin desmayo ante la secretaria del Ministro y obtener la audiencia de inmediato so pena que su repitencia se convirtiera en inapelable.
Se dirigió, pues, la afectada sin vacilación al Ministerio de Educación y subió sin problemas directamente por el ascensor y luego ascendió por una escalera al piso superior donde quedaba la oficina del señor Ministro. Todo sucedió como estaba previsto: Llegó ante la Secretaria quien le preguntó que deseaba y a que venía. Tengo que entregarle una carta al Ministro ahora; y, ¿tiene entrevista fijada con él? No. Entonces yo le puedo fijar una fecha para eso. Seguramente el diálogo habrá subido de tono y seguro que traspasó el ruido la puerta del jefe del ministerio, pues ésta se abrió y apareció un señor bajito, delgado y vestido con un traje oscuro que preguntó ¿quién quiere verme? ¿Es esta niñita?. Sí señor Ministro, pero no tiene fecha así que voy a darle una hora.
“Bien“, dijo don Bernardo, pasándole el brazo por el cuello a la estudiante, “pasa a mi oficina“, y dirigiéndose a su secretaria con una sonrisa le señala: “No se preocupe de fijarle fecha a la entrevista porque la voy a atender ahora“.
La circunstancia que originaba la petición era bastante irregular: cerrar el año más de dos meses antes de lo normal.
El Ministro Leighton, llamó a la plana mayor del Ministerio la que tendría que tener los antecedentes. Antes que llegaran los ejecutivos del Ministerio preguntó : “¿cómo te enseñan matemáticas?“. Según, mi esposa, que tenía sus quince años en ese entonces, condimentados con sus experiencias rurales de Alhué, la Leonera y Paine, le contó llanamente que a la mayoría le iba mal en el ramo. El profesor llegaba a clases con su jarro de café, encendía un cigarrillo y desde su pupitre les decía abran el libro en la página 20, por ejemplo, y lean la materia; mientras los alumnos leían, tomaba su café, terminaba el cigarro y llegaba la hora del recreo.
En resumen, no se cerró el año escolar, hubo un traslado de la dirección de la Escuela Normal y, del profesor de matemáticas no se supo más en el establecimiento. La peticionaria por su parte logró superar la meta de todos los años. Según mi esposa, Bernardo Leighton, habiendo descubierto que sus jefaturas ignoraban de la situación de la Normal, los conminó a ignorar la entrevista con la alumna ya que él tampoco se acordaría que ellos ignoraban el cierre anticipado de los estudios anuales; sin embargo, esperaba que, si en un futuro próximo él preguntaba sobre un tema similar, la respuesta debería ser fundamentada inmediatamente.
En realidad, en esta experiencia el tema de la secretaria es marginal, sino que lo importante es tomar conciencia que Leighton no se escondía detrás de la falda de su secretaria y estaba dispuesto a atender a cualquier persona sin discriminaciones, sin conocerlas, incluso solamente por pedir había que facilitar el derecho de petición, sin intermediarios si era posible, aprovechando de paso la ocasión para ejercer un control de gestión como se diría hoy en día.
Lo más extraordinario del caso que yo vine a saber de esto cincuenta y ocho años después con ocasión de comentar mi ingreso a la Corporación; mi esposa tardó menos en juntar esta experiencia con el Ministro con la persona de Bernardo Leighton Guzmán. Con cierta emoción, mientras escribía estas frases en el computador, le contaba a uno de mis nietos menores este insólito testimonio único de su abuela ( único por dos razones: una porque, como afirma Gumucio Rivas no es fácil acceder a un Ministro hoy en día sin un trámite o sin apoyo logístico y la otra, porque fue la única vez que vio a Bernardo Leighton en acción y en persona).
Colaboración de Ramón Valderas Ojeda.
Abril de 2008
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Construyó su hogar con bases y pilares cristianos. Los alhajó con elementos andinos y marinos, justicieros y libertarios, sacados del Nuevo Testamento y de la Historia de Chile.
Rescató la Doctrina Social de la Iglesia del poder conservador y la puso a disposición de aquellos que entendían. Así formó una Falange para que lo acompañaran en su eterno sueño de un Chile integrado, más allá de la izquierda y de la derecha. La historia hoy le da la razón.
Formó en la lucha, junto a todos, una esperanza con bandera, canto y grito. Estuvo siempre en la primera fila, subiendo al Almirante Latorre, renunciando a un ministerio por dignidad cívica, encabezando una lista de defensa de la libertad. Dio gritos de padre transparente como el aire y duro como el diamante. Y fue un santo. En su pasar por los caminos grises de la política, nunca hubo un insulto ni una palabra mediocre: sólo bondad sin límites, la inteligencia presta a la ayuda y la mano abierta desde cuando joven repartió sus haberes entre los que lo merecían.
Y fue un mártir. Las balas de los psicópatas que lo hirieron destruyendo parte de su cerebro. Le entregaron a la democracia que buscábamos y quizás encontremos mañana, el ejemplo más imperecedero al cual imitar; el de un demócrata que sin odio ni violencia, ofreció el perdón a sus victimarios, para así contribuir a la paz de su país que tanto amó.
Ni el hermano, ni el padre, ni el santo, ni el mártir mueren. El Hermano nos deja su amor sin condiciones; el padre, un hogar que cuidar; el santo, un ejemplo que imitar; el mártir, una diaria tarea de perfección.
Dr. JUAN VILLALOBOS
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1.- Durante la Unidad Popular se polemizaba sobre el derecho de propiedad. Al respecto, Leighton enfatizaba que ese derecho debería respetarse siempre que la propiedad cumpliera su rol social.
2.- Agradecido de Dios que lo había dotado de cualidades suficientes para desempeñarse como un honesto abogado, estimó que el dominio de un campo que él poseía, era más necesario para los campesinos que laboraban en sus tierras. En consecuencia, se las cedió gratuitamente.
3.- Su prodigiosa memoria me sorprendió en una conversación que mantuve con él en casa de Ignacio Vidal Fresno. Pese a que habían transcurridos más de cincuenta años, se recordó de mi padre Jorge Andrés Guerra, quien durante el Gobierno de Arturo Alessandri Palma, integraba el gabinete encabezado por Cornelio Saavedra en 1923.
4.- En esa misma conversación, se refirió a las marchas contra Ibáñez el año 1931. Recordaba que la Juventud Universitaria gritaba epítetos groseros contra el Presidente. él no se contagiaba con ese ambiente y sólo gritaba “libertad“. Esa actitud demostraba su serenidad y convicción en sus juicios.
5.- Su actitud modesta es apreciada por un médico que atendía a un familiar de Anita Fresno. Ese médico recordaba que el niño de los mandados y mejor voluntario en servicios menores, posteriormente, llegó a ser Ministro del Trabajo de Don Arturo Alessandri Palma.
RAÚL GUERRA LARRAÍN
Abril 2008
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En la primera imagen que conservo de Bernardo Leighton, lo veo caminando por uno de los corredores del Instituto de Humanidades, donde yo estudiaba entonces. Era bajo, de tez más bien morena, paso tranquilo, ojos oscuros. Solía acompañarlo alguien de su edad, o quizá menor que él, con quien dialogaba sin alzar nunca la voz. En su modo de hablar uno y escuchar el otro, se notaba -o yo creí notar- una relación de maestro a discípulo. Estábamos a fines de los años treinta, sin embargo, y él era aún tan joven que se ganó el apodo de “Parvulito“, por lo temprano con que ocupó ciertos cargos de ministro, dirigente, diputado.
Parvulito lo llamaba la revista Topaze para reírse de él, siempre con el mayor de los respetos.
Bernardo subía hasta el segundo piso del colegio y entraba en la capilla chica, para oír misa y comulgar ¡todos los días! Al niño que yo era por entonces, le pareció que exageraba. En aquel tiempo, el ir a misa solía relegarse a “los domingos y fiestas de guardar“. Así lo prescribía el catecismo y así lo aceptaba la comodidad de una amplia mayoría de los fieles. Tantas hostias nos daban la sensación de redundancia.
Para algunos profesores, lo asiduo de esa devoción revelaba nada menos que santidad. Muchos alumnos no entendíamos: ¿santos andando por la calle? Encajaban mejor en algún tipo de mitología; entre la realidad y el cuento. Consumir a diario el Cuerpo del Señor. Ya lo habían recibido el día antes. ¿Cómo iba a alcanzar para tan poco?
Lo cuento porque pertenezco a una generación prosaica. El escepticismo de muchos de nosotros venía desde la cigüeña que nos trajo al mundo o, según otra versión no menos difundida, del repollo bajo el cual nos encontraron nuestros padres, y pasaba por los reyes magos, cuyos regalos habíamos visto días antes, escondidos dentro del armario. Pronto vendrían camadas a las que atendió un Viejo Pascuero made in USA.
La generación de Bernardo Leighton vivió experiencias distintas, que hacen pensar en los antiguos griegos. Entre ellos, los más lúcidos rendían culto a Zeus, Atenea, Heracles, con esa seductora fe de los incrédulos. Oraban al dios a cargo para que no les lloviera, pero salían con capa por si aca.
Podría apostarse a que una gran masa de creyentes -¿o habría que llamarles, más bien, dudantes?- hace algo muy similar en la actualidad. No por rezar descuidan tomar sus precauciones. Muy raro sería un devoto que, en un día que amenazara lluvia, le hiciera una manda a San Isidro y saliera sin paraguas. Milagro tiene la aureola de la magia: qué profesor disculpará un atraso si el alumno alega que se quedó viendo un milagro en otra cuadra.
En la época de Leighton se juzgaba “muy católico” a quien exhibía fervor. Nunca recuerdo haber oído tratar a alguien de “muy cristiano“. ¡Sabia ignorancia! Muy católico aludía a formalidades: misa el domingo, pago del dinero del culto, rezo en familia del mes de María, rosario durante la misa, para no escucharla.
A cambio de unas pocas horas y no muchos pesos los patriarcas retro pasaban tranquilos el resto del tiempo.
Bernardo jamás fue encasillable entre esos moldes. Era vocacionalmente bueno. Hombre de fe también. No un creyente tartamudo: creía de veras en lo que creía, y no a ciertos ratos. Su entrada en la política lo muestra. él y los que iban a ser sus camaradas de la Falange Nacional empezaron por formar parte de la Juventud Conservadora. Un grupo, que incluía Bernardo, leyó las encíclicas sociales (la Rerum novarum y la Quadragesimo anno), que sacaron del gheto de las iglesias el cristianismo de la Iglesia, y le dijeron:
-Levántate y anda.Los dos papas insistían en que un hombre de fe no podía hacer excepciones a ella en la vida cotidiana. Si era patrón, debía pagar salario justo a sus trabajadores, preocuparse de sus viviendas y, muy a menudo, de su pobreza, tan corriente entonces; tampoco era cosa de limitar su conciencia de las familias al rezo puntual del Mes de María. La Iglesia Consoladora, prioritaria hasta entonces, fue cada vez más Iglesia Cuestionadora.
-¿Y tú, qué haces?
Siguiendo a la jerarquía, políticos como Leighton principiaron a hablar de la Cuestión Social y a estudiarla en seminarios y tertulias. Aplicaron a sus entornos las normas del Evangelio más las actualizaciones que en su momento habían hecho los documentos de León XIII y Pío XI. Desde su fundación en el siglo diecinueve, el partido Conservador de Chile se declaraba católico. Frente a los postulados laicistas del liberalismo, había asumido la defensa de la religión. Quería conservar lo que su gente valoraba.Hubo serias consecuencias.
Al proclamar su activo catolicismo, los miembros del partido se comprometían a apoyar a la Iglesia y excluían de sus filas a los no católicos. A menudo, sin embargo, daba la impresión de que la confesionalidad no los hacía salir perdiendo. Muchos de los efectos laterales resultaron beneficiosos: El Diario Ilustrado, por ejemplo, propiedad del Arzobispado de Santiago, terminó bajo administración conservadora y fue un eficaz vocero del partido, incluso en su disputa sobre ortodoxia con los social cristianos (falangistas y demócrata cristianos).Más: es fama que dentro de su doble militancia católica y derechista, el Diario se negó a publicar la encíclica Cuadragésimo Anno, no porque “estuviera mal“, explicaba un vocero –¿quiénes eran ellos para enmendarle la plana al Sumo Pontífice?–, sino porque, dado el poco nivel educacional de los trabajadores chilenos, podían interpretarla a su modo y concebir falsas expectativas.
Hay que recordar la época al decir esto. Muchos pensaban con toda honestidad que había peligro, y en primer lugar, para los obreros y empleados si se abrían perspectivas de mejoramiento aún no alcanzables para el país. Los jóvenes conservadores, que presidía Bernardo Leighton, leyeron los documentos pontificios y sacaron consecuencias más profundas aunque no menos personales.
–Descubrimos que era obligatorio acatar a Roma no solo cuando fuera útil – me dijo Bernardo, años después.
Le quitaba, sí, un poco de mérito al examen de conciencia de su generación:
–Los primeros descubridores teníamos poco que perder en general.
él mismo explicaba que este gran cambio no fue exclusivo de sus correligionarios y él. “Tuvimos una República Socialista“, recordaba, henchiendo la voz. Algunos habían logrado convertirla en un chiste. “No debió ser así. Se hicieron cosas. Recuerdo que el gobierno de entonces les devolvió a las costureras las máquinas de coser que habían empeñado“. Más de un economista demostró, a su modo, que eso era un disparate. Según él, debían ganar plata para rescatarlas con su propio esfuerzo. En La Opinión le contestaron: “Claro: cosiendo con los dientes“.
Alrededor de 1920, el año clásico “Año Veinte“, las reformas progresistas se abrieron camino.
–Antes había miedo de ser de avanzada. Desde entonces, y por algún tiempo, dio vergüenza no serlo.
Bernardo insistía en que esa toma de posiciones incluyó, de alguna forma, a todos los partidos. Se había generado un clima propicio al debate doctrinario. “Capaz que perdiéramos algún tiempo en análisis teóricos, pero es porque les dábamos una enorme importancia a las ideas“. Eso, según él, permitió respirar aire más limpio. Es lo que Bernardo, hombre bueno, recordó conmigo en una última caminata frente a La Moneda, con la calle imposible de usar por los escombros y los restos de neumáticos puestos a arder por gente que creía demostrar así que tenía razón.
Bernardo, el hombre bueno, movió la cabeza y dijo:
–No saben quejarse. ¿Sabrán construir?
GUILLERMO BLANCO
Premio Nacional de Periodismo
(Palabras expresadas en el acto de homenaje a Bernado Leighton efectuado en el Salón Consistorial de la I. Municipalidad de Santiago, el 21 de agosto de 2008
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Sala Consistorial, Municipalidad de Santiago, 22 agosto 2008
Palabras de Sergio Fernández Aguayo
En primer lugar quiero agradecer muy especialmente la invitación a decir estas palabras. Cuando falleció don Bernardo me encontraba desempeñando funciones diplomáticas en Varsovia. Recibida la noticia, di instrucciones de poner nuestra bandera a media asta -sin esperar instrucción alguna de la Cancillería- y como se reunía ese día en nuestra embajada el Grupo de Embajadores Latinoamericanos, pude expresar ante ellos mi homenaje de admiración y afecto por nuestro gran compatriota. Pero me quedé hasta ahora con un faltante, no haber podido exponer en forma pública en mi país, los hechos y sentimientos que me unen a don Bernardo. De allí mi agradecimiento por esta oportunidad.
Algunos recuerdos personales
Conocí a Leighton cuando tenía 15 años, en una proclamación en Chillán de la candidatura de Pedro Enrique Alfonso, nada recuerdo de lo que dijo ese candidato presidencial, pero permanece en mi memoria el talante del dirigente falangista, advirtiéndonos del peligro de elegir al general Ibáñez, que ya había demostrado sus tendencias dictatoriales.Años después, siendo representante de la juventud en el Consejo del PDC, dije alguna palabra displicente en relación al sistema político que algunos llamábamos en esa época “una democracia meramente formal, que impide imponer la justicia“, y recuerdo haber sido contradicho con mucha energía por Leighton, quien subrayó que había que respetar y defender los marcos democrático-constitucionales, único cauce seguro para poder luchar por la justicia sin caer en la violencia. Leighton tenía razón. Al finalizar la reunión me comento, muy cordialmente, que comprendía a los jóvenes y que no teníamos la culpa de no haber tenido la experiencia de una dictadura.
Durante la campaña presidencial de Eduardo Frei Montalva, nos encontrábamos ambos proclamando a nuestro candidato en Los Ángeles -su tierra natal- y durante mi discurso cité textos muy intelectuales, incluso de Lenin, y cuando nos íbamos en auto hacia otra ciudad, comento mis palabras diciendo que habían estado bien, pero muy teóricas, buenas para un discurso universitario, en Los Ángeles podían producir confusión. Tienes que fijarte siempre a quien te diriges -me dijo- para ponerte en adecuada sintonía con tus oyentes. ¡Buena lección, que he procurado no olvidar!
Pasaron años, en 1969 Leighton había dejado el Ministerio del Interior y era candidato por el 1er Distrito de Santiago, donde fue elegido con altísima votación. Yo era candidato por el 3er Distrito. En una ocasión lo acompañaba por el centro de Santiago, me preguntó como iba mi candidatura, y como me quejara de no tener suficientes recursos económicos para enfrentarla, no dudo en endosarme -ahí mismo en la calle- cheques que le habían entregado como aportes, diciéndome que él no necesitaba mucha propaganda, que todos lo conocían, que por lo demás esos aportes eran para nuestra causa, no para su persona, así que estaba bien que yo los empleara. ¡Qué demostración de generosidad y verdadera fraternidad!
Hace pocos días he tenido ocasión de pensar mucho en don Bernardo, con ocasión de redactar un texto de “compromiso por una amistad cívica” que debía obtener la aprobación de los presidentes de todos los partidos políticos, para ser firmado con motivo de un esfuerzo de la Iglesia de Santiago para hacer de Chile “una tierra de hermanos“, con motivo de la próxima celebración de Bicentenario. Fue esa -reflexionaba- la actitud permanente de Leighton, que sabía defender con pasión sus ideas, pero siempre en diálogo permanente con otros para buscar puntos comunes y acuerdos constructivos.
Su pensamiento y acción
Pero, quien fue en el fondo este muchacho provinciano, moreno y nerviosos, que parecía frágil como un pajarito, según recordaba Ricardo Boizard. ¿Cómo explicar a los jóvenes de hoy el carácter y las ideas de quien llegó a ser un chileno de excepción?Fue un joven auténticamente cristiano, cuya fe inspiró su larga existencia, sus decisiones profesionales y sus opciones políticas. Probablemente al comienzo de su formación leyó el texto de Jacques Maritain “Primacía de lo espiritual“, que marcó su visión de la realidad, pues en un importante discurso en l932 afirmaba que “al comienzo de todo período de ruinas materiales hay siempre una claudicación espiritual“.
Fue un hombre de derecho, constitucionalista a toda prueba, desde el comienzo de sus actuaciones públicas. En esa misma época, para defender la autoridad constitucional legítima del Presidente Juan Esteban Montero, llamaba a “arrollar con la fuerza del derecho el pseudo derecho de la fuerza“.
Fue ciertamente un demócrata a carta cabal, que entendía la democracia como un dialogo permanente, sincero, fraterno, en el marco de la libertad.
Como Presidente de la Falange Nacional, en 1945, denunciando el peligro de una amenaza dictatorial, señalaba que “la democracia no es patrimonio de los grupos políticos. No es patrimonio de unos o de otros; es patrimonio común. Hoy por hoy no se puede pensar en una patria que no sea democrática, porque otra patria tiraniza, otra patria encarcela, otra patria mata, porque esa otra no es patria“.
He querido citar este texto de 1945, para poner en evidencia como su línea de pensamiento se mantuvo coherente con su accionar, durante toda su vida. El 13 de Septiembre de 1973, en declaración redactada en su casa y que fue el primero en firmar, condenó el derrocamiento del Presidente constitucional de Chile Sr. Allende. “Solo en libertad, sustentada por la mayoría del pueblo y no por minorías excluyentes, se puede aspirar a la transformación humanista y democrática de Chile” afirmaba.
Ya en su exilio involuntario y arbitrario, sostenía en Ámsterdam (11 Sept. 1974) que “la libertad es como el aire; con solo el aire no se vive, pero sin el aire no se puede vivir“.
La democracia de Leighton fue siempre una democracia social, volcada hacia el pueblo, con ansias de una justicia que no nace de la dádiva, sino de la participación y del trabajo común.
En su temprana juventud Leighton militó en el Partido Conservador. Pero cuando el Presidente del Partido Conservador, don Hector Rodriguez de la Sotta, sostuvo “que haya pocos ricos y muchos pobres es un hecho natural inevitable, que existirá mientras el mundo sea mundo” , justificando así “la mantención del régimen económico social llamado capitalista“, los dados quedaron echados.
Leighton, presidiendo la Convenció Nacional de la Juventud Conservadora, afirmó que “seríamos traidores a la integridad de nuestra doctrina cívica si, frente a la miseria que vemos morar en nuestras calles, propiciáramos como único remedio la ayuda al capital o el alza de los salarios“. Leighton intuía una sociedad distinta, un sistema económico cooperativo y social.
Por eso se puede decir que todo empezó con Leighton. La discrepancia de fondo que alejaría a la juventud conservadora del viejo partido, estaba planteada. Quedaba abierto el camino a la Falange Nacional, y luego a la Democracia Cristiana, a una página distinta de la historia de Chile, que muchos hemos vivido.
Sin duda que don Bernardo fue una persona de fuerte carácter, pero bondadosa, generosa, desinteresada, un maestro de juventudes, un político excepcional.
La vocación política
Permítanme una reflexión sobre esta vocación, no mirando ya al pasado sino al presente. La labor política constituye una verdadera vocación. En ella se obtienen satisfacciones pero también dificultades y sinsabores. Es un hecho que la actividad de los políticos es poco valorada por la opinión pública, y lo que es mas delicado, en los jóvenes hay reticencia hacia la clase política.Quienes asumen una actividad política aspiran normalmente a asumir cargos que implican honores, cargas y responsabilidades. Pero puede ser fácil quedarse en los honores y olvidarse de las cargas; perder de vista que la política es una actividad de servicio a los demás.
El pluralismo de las ideas políticas conlleva necesariamente una confrontación que no es lo mismo que contradicción insalvable. Los grandes avances obtenidos en el mundo durante los períodos democráticos prueban que es posible discutir y luego concordar en soluciones que la mayoría puede hacer suyas.
Nunca es bueno acentuar las diferencias al máximo. El caso de nuestro propio país deja en evidencia que cuando se han agudizado las confrontaciones se ha llegado a caminos sin salida, con trágicos resultados. En cambio, cuando ha primado el espíritu de diálogo, se han logrado caminos de consenso y el país ha avanzado.
El diálogo político no tiene por que llevarse con rudeza verbal, como entre enemigos. La descalificación personal debe ser abandonada, no conduce a nada y rebaja el diálogo. La misma opinión pública muchas veces se queja de discusiones interminables que conducen a nada.
El país quiere percibir a sus políticos menos ocupados del corto plazo y de sus problemas internos, y mucho más con una mirada de futuro, estudiando propuestas a los grandes desafíos. Los eventos electorales son sin duda importantes, pero no deben constituirse en el eje de todas las preocupaciones.
Lo que la gente pide y espera es ante todo la verdad y un trato que refleje una verdadera amistad cívica. Las declaraciones más elocuentes y los equipos mejor organizados no bastan. La gente pide actitudes que muestren coherencia entre el pensar y el actuar.
Hay personas que creen que la vida política es el terreno menos propicio para una actitud fraternal, de amor y respeto, de escucha y comprensión. Este criterio ve en la política el reino de la acción y no de la reflexión, el hábito de contradecir más que de persuadir.
Todos estos desafíos y peligros se dieron en la vida de Bernardo Leighton, quien -acompañado siempre por la Sra. Anita- demostró que pueden ser superados. De hecho fueron superados por un hombre como él, que supo renunciar a perspectivas personales más promisorias, para dedicarse con afán a un verdadero servicio público, viviendo en forma generosa y austera, siendo ejemplo de honestidad, renunciando incluso a perseguir la condena de quienes atentaron contra su vida, sabiendo perdonar, ganándose el cariño de sus camaradas, la admiración de colegas de todas las orientaciones, y el aprecio de sus conciudadanos.
En los años 60 del siglo pasado algunos jóvenes de mi generación clamaban, sin mucha reflexión “queremos uno, dos, tres Vietnam para América latina“. 45 años después me gustaría decir aquí que necesitamos uno, dos, tres, Bernardos Leighton en Chile, para superar nuestras crisis, para mirar por sobre las pequeñeces partidarias, para privilegiar los acuerdos por sobre las discrepancias, para enaltecer la vida política.
Esta afirmación viene a ser mi mejor homenaje.
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Don Bernardo en Barcelona
Aquella tarde de Junio de 1975 hacía mucho frío en la playa de Castelldefels. Una espesa neblina casi nos impedía ver desde el living de nuestra casa quien tocaba el timbre en la puerta del jardín. Era un sábado y no esperábamos a nadie. Simplemente compartíamos en familia después de almuerzo. Casualmente estábamos todos, es decir, mi esposa y yo y nuestros cuatro hijos. Salió a abrir el menor de ellos y nos gritó que era don Bernardo Leigthon y su señora. De un brinco estuve con ellos, saludándolos con un cordial abrazo. Habían llegado a nuestra casa transportada en auto y acompañada por el escritor y editor chileno radicado en Barcelona José Manuel Vergara“¿Cómo estás, chiquillo, cómo te trata la vida por estos lados?” me dijo con su familiar tono de voz agudo, tomándome del brazo como acostumbraba a hacerlo con sus amigos cuando caminaba por Santiago recibiendo los cariñosos saludos de los transeúntes que lo reconocían.
— ¡Qué sorpresa más agradable y qué honor para nosotros tenerlo de visita! ¡Y qué alegría que venga en compañía de doña Anita!
Luego de las presentaciones de rigor e iniciando una animada conversación en la que mutuamente quedamos informados de su vida en su exilio en Roma y de los detalles que le interesaba conocer de nuestro repentino éxodo a España, nos contó que su visita a Barcelona se debía a una invitación de la DC catalana, dirigida en aquel tiempo por Antón Cañellas, con quien era muy amigo y que tenía un gran interés de comentar lo que estaba pasando en Chile. Había aceptado gustoso esa invitación, ya que le tenían programada una serie de reuniones con académicos y trabajadores barceloneses y con algunos personajes catalanes, con todos los cuales podría charlar y enterarse del momento político que se vivía en las proximidades del término de lo vida de Francisco Franco.
Al calor de un té y galletitas, que fue lo único que nos aceptó en nuestro intento por agasajarlo, fueron saliendo recuerdos de amigos comunes y anécdotas, acompañados por comentarios cariñosos sobre quienes él suponía que yo tenía noticias más frescas. Entre todos ellos me vienen a la memoria sus palabras llenas de afecto sobre personas tan diferentes y tan queridas para él y para nosotros como Jorge Rogers Sotomayor, René León Alquinta, Pedro Calvo y Álvaro Bardón.
Me preguntó si recibíamos la publicación que los exiliados democristianos chilenos en Italia editaban bajo el nombre de Chile-América y con mi esposa le contestamos que si, que nos llegaba periódicamente y que nos permitía mantenernos al corriente de las atrocidades que continuaba cometiendo la Dictadura. Con mucha emoción le contamos que en un reciente número había salido el caso de nuestro hijo mayor, Igor, relatado por una exiliada en Canadá, con quien había compartido los sufrimientos del secuestro y tortura y que quería saber si se había salvado. Había quedado muy afectada al ver lo que hacían a un estudiante de quince años sacado por una patrulla militar desde su sala de clases en Instituto Nacional. Las palabras de don Bernardo y su solidaridad expresadas a nuestro hijo nunca podremos olvidarlas. Su caso lo había conmovido como tantos otros y lo había llevado a ubicar nuestro domicilio para compartir con nosotros y cerciorarse que la pesadilla había terminado.
Al término de su visita me dijo que no le gustaba andar solo de una reunión o conferencia en otra y si yo podía acompañarlo y transportarlo en mi auto en sus recorridos por distintos puntos de Barcelona. Así podríamos conversar y presentarme a dirigentes y militantes democratacristianos catalanes. Yo le contesté que sería para mí una alegría y un honor acompañarlo y servirle de chofer, pero que mi auto era una modesta renoleta. Riendo me replicó de inmediato que yo era más rico que él, que andaba a pié.
Fueron dos días inolvidables que dediqué por completo a acompañar a don Bernardo, de disfrutar de su conversación y de apreciar cuánta gente lo admiraba en su consecuencia política y apreciaba sus condiciones de humanista cristiano, su inteligencia y espontaneidad.
Al día siguiente de su regreso a Italia me citó a su oficina el Cónsul de Chile en Barcelona, el señor Malagarriga, a quien yo había conocido muchos años atrás en Iquique, donde siendo un joven abogado atendí profesionalmente a su familia. Muy preocupado me dijo que acompañar a políticos chilenos en sus movimientos en Barcelona podría acarrearme problemas. Me hizo un recuento de cada uno de los lugares en que había estado don Bernardo y con quiénes se había reunido. Sorprendido le pregunté cómo se había enterado y respondió que los Servicios de Inteligencia de Chile mantenían vigilancia sobre todos los políticos chilenos que se movían por Europa desprestigiando al régimen militar.
Informé sobre estos hechos a don Bernardo y dijo que los conocía y que no le preocupaban.
Tres meses más tarde él y doña Anita sufrieron el atentado contra sus vidas.
IVÁN PARRA RAMOS
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Corporación Educacional Bernardo Leighton
Homenaje a Bernardo Leighton
Jueves 21 de agosto de 2008
Salón Consistorial, Ilustre Municipalidad de Santiago
Nos reunimos a homenajear una vez más a don Bernardo Leighton; a homenajear su vida, su sencillez y humildad que lo hicieron amigo de la verdad y la justicia, y lo llevaron a ser querido y también perseguido.
Estamos aquí diferentes personas, quienes lo conocieron y quienes no pudimos conocerlo, pero que de alguna forma nos sentimos invitados a ser sus amigos, sus compañeros en la lucha por un Chile más humano, más justo, por un país cristiano.
¿Y qué es venir aquí? ¿Es simplemente homenajearlo? ¿Agradecerle lo que hizo por nuestra patria? Sí sólo fuera eso, estaríamos subestimando a don Bernardo, y quizá lo estaríamos ofendiendo también.
Por lo que he leído de él, acerca de cómo reaccionaba frente a los homenajes, como aquél a principios de los años 80 en el teatro Caupolicán; él lo agradecería, pero ante todo ocuparía la atención para decirnos algo, para seguir con su entrega y su lucha por un mejor Chile, una patria con todos y para cada uno de nuestros hermanos chilenos.
Así, venir a homenajearlo, es venir a escucharlo, es observar un ejemplo y animarnos a seguirlo, no sólo contentarnos con su vida, sino sentirnos desafiados por un hombre que logró vencer el rencor, la vanidad y el odio, para darle espacio en su vida al amor, a la paz y a la humildad.
Sólo con esta lucha que dio a la vanidad, el rencor y el odio, pudo dar tanto a nuestro país. El ejemplo de don Bernardo nos deja clara esta lucha, que debe darse con mayor fuerza entre quienes optamos por la política como camino para servir a nuestra patria.
El equilibrio entre la familia, el trabajo, el contacto con los que sufren y con los que dirigen es un desafío que también nos propone don Bernardo.
El nos mostró la importancia de la vida espiritual, que no es sólo un dato para llenar en el censo, ni una obligación de todos los domingos, sino algo que informa la vida por completo. Cuando cae Ibáñez y los marinos se amotinan en Coquimbo y a él le piden como dirigente universitario que vaya a colaborar con el arreglo del conflicto, antes de aceptar el encargo va a la Iglesia de San Ignacio, conversa con su confesor y reza. Sólo después de eso acepta y parte. Don Bernardo sigue la voluntad de Dios, no sólo la suya.
Hoy Bernardo nos llama a vivir la política como un proyecto al cual servimos, no seguir sólo nuestra propia voluntad sino una voluntad mayor a la cual servimos. Para los creyentes, es la voluntad de Dios; para los que no, el servir al bien común, a nuestros hermanos.
También nos llama a respetar la institucionalidad, a cuidar la paz y el entendimiento entre los chilenos.
Carmen Lazo recuerda que cuando estaba en el exilio en Caracas, fue visitada por Leighton en su casa y éste al despedirse le dijo: “A lo mejor cuando volvamos seguiremos peleando. Ahora, sin embargo, la lección es pelear, pero nunca más echar abajo el ring”
Bernardo buscó el entendimiento entre los hombres y mujeres por sobre todo, él no veía posible que no hubiera lugar para entenderse. Con una claridad admirable dice en la declaración de los trece que fueron ciertos sectores los que hicieron ver que no había otra salida posible que la violencia, y recalca que el camino institucional era el paso a seguir, que la paz es siempre el camino.
Esa libertad de espíritu y de mente para observar la realidad más allá de las pasiones, debemos tenerla por el bien de nuestra patria. En la vida de cualquier persona se debe tener presente esto, pero quienes tienen la responsabilidad de servir a muchos, deben cultivar esta libertad imperiosamente, o la política se transforma en un espacio para alimentar el ego y no para amar a los demás.
Tanta fue su libertad de espíritu que pudo perdonar. Es impresionante como cuando vuelve a Chile después del exilio, es capaz de sentarse a conversar con miembros del gobierno de la dictadura, el gobierno que había atentado contra él para matarlo. Tanto quería a su patria, que dejaba de lado el rencor, que hasta hubiera sido justo.
Después de retirarse de la vida política, sigue desde su casa colaborando, siempre dispuesto a ser un instrumento para la paz y la justicia.
Hoy la figura de don Bernardo no es sólo un recuerdo o un ejemplo, lo importante es que es un desafío. Dios quiera que nos sintamos desafiados y confiados de que se puede hacer política desde la verdad y la humildad y salgamos a construir un Chile de hermanos humildes, trabajadores y generosos.
RODRIGO DÍAZ MADARIAGA
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Bernardo Leighton y los derechos humanos
La impecable trayectoria política y moral de Bernardo Leighton tuvo su prueba más fuerte en los días siguientes al cruento golpe cívico militar del 11 de septiembre de 1973. Su actuación en esos momentos confirmó su clarividencia y su coraje nunca desmentidos, y lo colocan en la cúspide de las primeras figuras morales de nuestra historia.
El día 13 de septiembre, “dejando constancia de que ésta es la primera ocasión en que podemos reunirnos para concordar nuestros criterios y explicitar nuestra posición política, después de consumado el golpe militar de anteayer” 15 dirigentes del Partido Demócrata Cristiano de primera línea declaran su condena a la asonada y su demanda de la más pronta restauración democrática. Leighton encabeza el grupo, lamentable y vergonzosamente minoritario.
Al día siguiente, el ex Vicepresidente de la República interpuso un recurso de amparo en favor de Carlos Briones, Clodomiro Almeyda, Jorge Tapia, Claudio Jimeno, Oscar Waiss, Luis Armando Garfias y Álvaro Morel, que estaban privados de libertad en algún regimiento. En esos días no había aun listas de presos –menos de muertos y desaparecidos— y si no incluyó más nombres o no se presentó más recursos fue porque en el lugar donde estaba se carecía de otros nombres. La historia cuenta que Leighton, abogado laboralista mientras ejerció, nunca había presentado un recurso de amparo. Lo hizo como pudo: por teléfono.
Fue el primer recurso presentado en defensa de los derechos humanos. Bernardo Leighton, es por lo tanto, el primer defensor de estos derechos.
La Corte de Apelaciones de Santiago (tribunal de primera instancia en esta materia) dispuso sólo una diligencia, que fue pedir informe al Prefecto de Investigaciones de Santiago. Éste informó a la Corte que “ninguna de las personas mencionadas se encontraba privada de libertad en cuarteles de Investigaciones y que no tenía ningún contacto directo con el Ministerio del Interior”. Con este sólo antecedente, el Tribunal rechazó el recurso, sosteniendo “que por Decreto ley Nº 1 de fecha de ayer, la Junta de Gobierno Militar declaró el Estado de Sitio en todo el territorio Nacional, lo que permite arrestar a las personas en lugares que no sean cárceles ni otros que estén destinados a la detención o prisión de reos comunes; que por consiguiente, la circunstancia de que las personas en cuyo favor se recurre de amparo se encontrarían detenidas en algún regimiento, según se expresa a fs. 1 (en el recurso), la Junta de Gobierno militar ha hecho uso de una atribución que le concede el artículo 72 del Código de Justicia Militar, en relación con el Nº 17 del artículo 72 de la Constitución Política del Estado”, por lo que se declara sin lugar el recurso.
La sentencia exhibe transparentemente el compromiso de los jueces con el golpe y sus autoridades.
a) Por de pronto, se adelanta a reconocer de facto al régimen surgido por la fuerza de las armas, sin dar razón o fundamento alguno para ello;
b) En seguida, se refiere al estado de sitio declarado con “fecha de ayer”, es decir, el 13 de septiembre, hecho que sólo pudo haberlo sabido por informaciones de la ya muy controlada prensa, toda vez que sólo el 18 de septiembre apareció publicado el Diario Oficial con la declaración de aquel estado de excepción. Jurídicamente, el día de la sentencia no había estado de sitio legalmente declarado, pues para ello se habría requerido de un acuerdo del Congreso Nacional, aún no disuelto y en pleno período de legislatura ordinaria; o, por último, de un Decreto Supremo del Presidente de la República debidamente tramitado ante la Contraloría General de la República y publicado en el Diario Oficial.
c) El afán de halagar a las nuevas autoridades hizo a los jueces caer en el chascarro de referirse a la declaración de estado de sitio dispuesta por el decreto ley Nº 1, en circunstancias que ello ocurrió por el decreto ley Nº 3; y en todo caso, estaba datada el 11 de septiembre y no el día 13, como se sostuvo.
d) Lo más grave es que ni siquiera se sabía si los amparados estaban o no detenidos, y el informe de Investigaciones lo único que dejaba en claro es que no había orden de detención emanada de autoridad alguna, de modo que los jueces no tenían cómo saber si la autoridad había o no ejercido las atribuciones que le habría otorgado el supuesto estado de sitio. La Corte supuso que la detención de los amparados era legal sin siquiera conocer la orden que pudiera existir, razonando sobre la base de que bastaría que se declarase el estado de sitio para que cualquier persona pueda estar detenida, aun sin orden de nadie.
La ilógica de la Corte abisma: según ella las personas amparadas “se encontrarían detenidas en algún regimiento” (¿por qué no en una comisaría, una cárcel o en otro lugar?), por lo que “la Junta de Gobierno militar ha hecho uso de una atribución. Claramente, esto no le constaba.
e) Este fallo sería también el inicio de uno de los dramas más graves que ha vivido el país, como es la desprotección judicial de los detenidos que permitió que muchos de ellos desaparecieran para siempre. El amparado Claudio Jimeno Grendi es uno de ellos. Para las autoridades militares, él nunca estuvo detenido; para los Ministros que conocieron el recurso, (Hernán Cereceda, Efrén Araya, Gustavo Chamorro, los tres ascendidos por Pinochet a la Corte Suprema), su detención fue plenamente legal.
Leighton no podía seguir viviendo en Chile, pero no sólo por razones de seguridad. Le era imposible vivir sin libertad, sin esa libertad que en su juventud lo llevó junto a muchos otros a empeñarse contra la dictadura de Ibáñez, la única dictadura formal que había conocido Chile, y a la que nunca dejaba de aludir… hasta el 73. No recuerdo que desde ese día volviera a hablar de ella.
No fue casualidad ni error el atentado que sufrió, como no lo fue ninguno de los crímenes o abusos de la dictadura. Su autoridad moral y su aceptación ciudadana eran intolerables para el dictador y los suyos y por ello intentaron matarlo.
En 2006 su Partido —que también fue el mío durante muchos años— rindió un cálido homenaje a Leighton en el edificio de la CEPAL, al que se invitó como orador a uno de los principales líderes del pinochetismo civil, el hoy senador Juan Antonio Coloma. Este dijo haber conocido a Leighton de niño en ámbitos familiares. Queriendo simular un forzado pluralismo, Coloma se refirió al “increíble” crimen de que el homenajeado había sido víctima en Roma en 1975.
¿Por qué “increíble”?. Desde el asesinato del General Schneider en 1970 no hay ningún crimen en Chile que pueda considerarse increíble. Todos obedecen a la misma lógica de exterminio del disidente, lógica que Leighton combatió desde el primer día. Calificar un asesinato premeditado e inserto en una política de Estado criminal, es una cobardía destinada a no pronunciarse moralmente sobre el crimen y sus hechores. Es como el calificativo dado por Jaime Guzmán a los asesinatos de Pisagua (arresto, torturas, traslados, juicio secreto, negación del arresto y ejecución) para quien se trató de hechos “inevitables”. “Increíble” e “inevitable” no son calificativos morales sino pretextos para evadir el juicio moral.
Santiago, 27 de septiembre 2009
ROBERTO GARRETÓN
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Bernardo Leighton Guzmán
26 de enero de 2011
“Proporcionar milagros a los hombres no es cosa que nos corresponda. Lo que está a nuestro alcance es practicar aquello en que creemos”. Jacques Maritain.
Cada uno de los que hoy asistimos a esta misa en recuerdo del fallecimiento de Bernardo Leighton trae consigo su propio recuerdo o vivencia de él. Cada quien tiene “su propio Bernardo Leighton”. Éste es mi testimonio.
Conocí a Bernardo siendo yo todavía niño, pero no fue hasta febrero de 1974, en que con la Sra. Anita llegaron a Roma, que emprendí junto a él una aventura que nos habría de unir estrechamente para siempre.
Llegó a Roma, no expulsado del país, como tantos otros, sino por decisión propia, la misma que lo había llevado el día 13 de septiembre del año anterior, dos días después del golpe de estado, a promover la histórica Declaración de “los 13”, que condenó el golpe y rindió un homenaje al sacrificio del Presidente Allende.
Su propósito, al alejarse de Chile, era contarle a la Democracia Cristiana europea, y en primer lugar a la italiana, su verdad acerca de las circunstancias que precipitaron el término de la democracia en nuestro país. Está de más decir que Leighton no compartía en absoluto el beneplácito con que muchos demócratacristianos recibieron el derribamiento del gobierno de Allende.
Si algo le dolía, era haber votado favorablemente el acuerdo de la Cámara de Diputados, de agosto de 1973, que declaraba “inconstitucional” al gobierno de la Unidad Popular.
En nuestras conversaciones, sobre todo al comienzo de su estadía en Italia, se refería con frecuencia a este tema. Decía que lo había hecho a instancias de diputados de su mismo partido, en medio del fragor de una lucha política que se había vuelto incandescente, y no cesaba de recriminarse por ello. Por ello, decidió emplear consigo mismo un correctivo que estimaba indispensable en muchas circunstancias de la vida y en particular en la actividad política: “llegar hasta las últimas consecuencias de su inconsecuencia”.
Hizo de su estadía en tierras europeas un verdadero apostolado político: en 1974 fundó en Roma, junto conmigo y dos militantes de la Unidad Popular, Julio Silva Solar y José Antonio Viera Gallo, la revista “Chile América”, que existió durante 10 años y que fue un bastión de la lucha por la creación de un frente unido contra Pinochet y en pro de un futuro democrático para Chile.
Tomó parte en las actividades de los exiliados, que fueron muchas y constantes y que contribuyeron decisivamente a mantener viva, a lo largo de los años, la denuncia contra la dictadura (la misma que Pinochet descalificaba como obra del “comunismo internacional”).
Buscó a los dirigentes de los partidos hermanos y les expuso su visión, que con el transcurso del tiempo fue hecha suya por la DC chilena, silenciada por la dictadura, como el resto de los partidos políticos.
Todo ello lo colocó bajo la mira de Pinochet, y el 6 de octubre de 1975, él y Anita, cayeron gravemente heridos al ser baleados por un sicario de la DINA, él en la cabeza y ella en la columna, al bajarse de un autobús en Via Aurelia Nuova, próxima a la Plaza San Pedro de Roma.
En apenas un año y medio de ausencia del país, Leighton se convirtió para Pinochet en una amenaza que había que eliminar, porque era una figura que podía unir detrás de sí a la oposición a la dictadura.
Lo mismo había sucedido un año antes con el general Carlos Prats, víctima, junto con su mujer, de un atentado con bomba en Buenos Aires.
Otro tanto le ocurriría, un año después, a Orlando Letelier y su secretaria Ronni Moffitt, en Washington DC. Los tres se perfilaron en momentos distintos como líderes de una posible salida democrática para el país.
Curiosamente, los tres atentados se produjeron justo cuando en el hemisferio austral comenzaba la primavera. Visto en retrospectiva, fue la estación en que se abría la “temporada de caza” del Coronel Contreras, jefe de la DINA, ejecutor de los designios de Pinochet.
Bernardo Leighton fue un chileno de nacimiento, en los dos sentidos que esta palabra tiene en Chile. Sí, porque era muy chileno para vestirse (siempre de gris, casi siempre de corbata y ocasionalmente incluso con sombrero), para hablar (nunca hizo ningún esfuerzo por hablar otro idioma, no obstante vivir en Italia) y en sus hábitos (como, por ejemplo, la infaltable misa dominical). Pero ocurre que, además, Bernardo nació en una pequeña ciudad ubicada en la ribera del río Biobío llamada Nacimiento. Chileno, pues, por partida doble: de nacimiento y de Nacimiento.
Era jovial, sencillo, bondadoso. Tenía sentido del humor. Una sonrisa simpática y traviesa le nacía espontáneamente con facilidad.
Recuerdo una ocasión en que lo acompañé a un acto político en Cuneo, una pequeña y hermosa ciudad en el norte Italia. Los notables de la ciudad se habían reunido en el Teatro Municipal, presididos por el Alcalde, para rendirle un homenaje y escuchar su palabra.
Leighton, como dije antes, se dirigía al público italiano en castellano, casi diría “en chileno”, porque algunas de sus referencias le habrían resultado incluso a un español casi imposibles de comprender.
Así, por ejemplo, su afirmación “cuando fui Ministro del León”, lanzada al aire sin explicación ulterior, y que cualquier público no chileno podría haberla interpretado como referida a un episodio circense, con mayor razón en Cuneo donde, en ese salón repleto, escasamente un puñado de personas entendía el español.
En esa misma ocasión, y citando el Evangelio, Leighton dijo, en uno de los puntos álgidos de su discurso: “y como dicen las Escrituras, hay que separar el trigo de las cigüeñas”. Unos segundos más tarde, dándose cuenta de que algo no cuadraba en la cita, se dio vuelta hacia mí preguntando
“¿Cómo se dice, Esteban?”.
“Las cizañas, don Bernardo”.
“Gracias. ¡El trigo de las cizañas!” y retomó el discurso con el mismo énfasis que traía.
El público, silencioso, no debe haber entendido nada de este singular diálogo entre “il Senatore Leighton” – como le llamaban en Italia- y su acompañante, que era yo.
Del día del atentado conservo un recuerdo muy vivo: yo estaba de paso en Roma y me alojaba en un hotel, porque dos meses antes me había trasladado con mi familia a vivir en Venezuela. Franco Piccoli, un amigo italiano, me llamó por teléfono para decirme que había escuchado la noticia de que habían atentado contra Leighton y su mujer y que éste había muerto, agregando que su cuerpo se encontraba en el Hospital San Giovanni in Latterano.
Me precipité a la calle, detuve un taxi y le pedí conducirme al hospital. Aparte de Guillermo Canessa, el sobrino de los Leighton, que vivía en Roma, yo me sentía el chileno más próximo a ellos en estas trágicas circunstancias.
Llegué al hospital, una construcción enorme, fría, muy parecido a algunos de los antiguos hospitales de Santiago, y me identifiqué como pariente de “il Senatore cileno”.
“Suba al 5º Piso, Sección Heridos del Cráneo (Craniolesi)”.
Subí, y al salir del ascensor me encontré delante de un amplio pasillo que terminaba en una doble puerta con cristales empavonados. Un timbre servía para llamar al interior de la Sección Craniolesi. Lo pulsé y al poco rato vi venir, a través del vidrio empavonado, la figura de un médico con su bata blanca. Mi tarea era averiguar los pormenores del deceso y reunir información para el posterior traslado de los restos mortales de don Bernardo.
El médico abrió la puerta, me identifiqué como pariente de la víctima, y ante mi total incredulidad le oí decir: “penso che se la caverá”, en chileno: “creo que se va a salvar.” Acto seguido me invitó a pasar a la habitación donde se encontraba.
Lo que vi entonces lo conservo en la memoria como si hubiese ocurrido ayer: frente a mí había tres camas, en la del centro estaba Bernardo Leighton recostado sobre su lado izquierdo. En las otras dos yacían dos hombres, uno a cada lado de Bernardo, que evidentemente agonizaban detrás de las mascarillas de oxígeno que les cubrían sus rostros.
La escena era como sacada del texto del Evangelio que describe la crucifixión de Jesús.
De pie, frente a la cama de Leighton, yo observaba con recogimiento. El médico hacía lo mismo desde el vano de la puerta.
De pronto, Bernardo abrió los ojos y movió la cabeza fijando sus ojos en mí. Un rosetón de sangre fresca quedó sobre la almohada al quedar descubierta la herida que dejó la bala al rozarle el cráneo.
Mirándome fijo y tras unos instantes, me preguntó:
“¿Qué pasó?”
Hace muchos años, describiendo esta escena en un texto que fue incluido en el libro que escribió la Sra. Anita, detuve la escritura en este pasaje. Quise dejar resonando la interrogación de Leighton, sin responderla.
La pregunta, en realidad, es de una potencia enorme. Tal vez la única respuesta posible sea decir que hoy, a 35 años de aquel horrible episodio, tenemos un Chile mejor.
La Concertación de Partidos por la Democracia, coalición que lleva en su ADN un porcentaje determinante del legado de Bernardo Leighton, y que condujo al país de regreso a la democracia y lo gobernó sabia y eficientemente por 20 años, y el actual gobierno de la centro derecha, que ha accedido al poder por la vía democrática y lo ejerce con indiscutible apego a la misma, se esfuerzan por develar “qué pasó” al basar su praxis política en los valores de la democracia, que son los que animaron la lucha heroica de Bernardo Leighton.
En esta Capilla Doméstica del Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, contigua a los mismos pasillos embaldosados por donde él corría de pantalón corto, cuando era alumno, (y yo también, tres décadas más tarde), doy este testimonio sobre “mi” Bernardo Leighton.
ESTEBAN TOMIC ERRÁZURIZ
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RECUERDO PERSONAL DE DON BERNARDO LEIGHTON MINISTRO DE EDUCACION
Me encontraba en el Colegio San Ignacio cursando el 4° año de Humanidades, mientras tenía 14 años de edad, cuando la Dirección programó realizar un acto solemne el 11 de septiembre de 1950, para conmemorar el nonagésimo quinto aniversario del Colegio. Como todos los alumnos asistí a la ceremonia correspondiente en el Salón de Actos, que en el año 2012 se reinauguró, debidamente remodelado, recuperando así una joya arquitectónica y poniéndola de nuevo al servicio de la enseñanza, la cultura y la comunidad.
En ese momento estaba muy lejos de pensar en que esa fecha pasaría a ser histórica por razones tan trágicas como el Golpe que permitió que se entronizara en Chile una Dictadura, que se erigió en Poder absoluto durante 17 años y como el ataque terrorista a las Torres Gemelas en EEUU; además tampoco sabía, en ese momento, que esa fecha sería muy significativa para mí al conocer a un señor bajito, de tamaño pequeño en lo físico, pero tremendamente grande y vigoroso como personalidad, sobre todo por su sublime, brillante y vibrante oratoria que entusiasmaba por la convicción y brillo de su argumentación y porque, al decir de don Andrés Aylwin “ llegaba al alma, porque hablaba con el corazón”. Sus palabras, en esa ocasión, fueron escuchadas con atención y silencio. Se trataba de un ex alumno destacado y ejemplar, que se desempeñaba como Ministro de Educación, don Bernardo Leighton Guzmán . Su discurso se acompaña al final, tal como aparece en el Anuario del Colegio correspondiente a ese año.
Ese día de celebración en el Colegio me permitió apreciar cómo se hicieron presentes distinguidos ex alumnos, como Monseñor Manuel Larraín, el Ministro de Hacienda Carlos Vial Espantoso, el senador Sergio Fernández Larraín y el diputado Tomás Reyes Vicuña, el escritor y humorista Gustavo Campaña, con una sentida excusa del Canciller don Horacio Walker Larraín. Además, como acabo de señalar, pude conocer a uno de los hombres más valiosos que ha tenido el país, el más respetado por gente de todo el espectro político, el ignaciano que salió para servir y así lo hizo toda la vida, al servicio de los demás, partidarios o adversarios, al servicio del Orden Social Cristiano y de la Patria amada. Ese hombre que fue llamado “El Hermano Bernardo”, porque nadie como él predicaba y practicaba, con cordialidad y fraternidad, el que se hiciera realidad la Justicia, la Paz y la Hermandad. Sentí ese día en el Colegio la fuerte presencia de la personalidad y el poder comunicacional de don Bernardo, a quien años más tarde conocí personalmente.
Veinte años después de la celebración recordada, cuando don Bernardo postulaba, en la época de la UP, a diputado, yo me había presentado como apoderado suyo en mi mesa de votación en el Instituto Nacional. Tuve que constituir la mesa, a la que no habían concurrido los vocales designados, con la participación de dos personas que llegaron a votar y aceptaron ser vocales, una de la UP y otra de oposición, con lo cual quedé de Presidente de mesa, al ser mayoría la oposición. El proceso electoral no tuvo problemas, pero cuando concluyó y se realizó el escrutinio, las dos personas que habían ayudado se fugaron para no tener que llevar los útiles al Servicio Electoral.
Durante la votación pasó don Bernardo, haciendo un recorrido por el local; fue saludando por las diversas mesas hasta que llegó a la nuestra; eso me permitió conocerle no sólo como candidato político, sino como un hombre excepcional; saludó con sencillez, afecto y calidez no sólo a mí, sino a los otros dos y nos deseó éxito en nuestra labor en la jornada electoral, todo ello con gran cordialidad y mucha simpatía, con una aureola de grandeza sólo propia de él. Cuando partió, uno de mis compañeros de mesa dijo “es un hombre excepcional por la forma que habla, mira y se desenvuelve, inspira confianza, uno siente que habla con un amigo o con un familiar”, el otro dijo “irradia algo especial y demuestra convicción y carisma, hace latir el corazón”; yo dije “es un demócrata cristiano de verdad y en ello pone todo su corazón, por eso voté por él. Es un demócrata 100% demócrata, enamorado de la Democracia y es un Cristiano 100% Cristiano, un enamorado del Cristianismo, es un hombre fundado sobre la base de la doctrina y los principios y marcado a fuego por Jesucristo y los valores y principios cristianos”. Don Bernardo en esa elección no quería hacer publicidad, de modo que los cheques que recibía de numerosos donantes, los entregaba a otros candidatos para que se dieran a conocer, pero sin obstáculo de su austera y humilde campaña, sin mayor publicidad, obtuvo una gran votación y fue la primera mayoría, siendo elegido diputado de la República como lo tenía más que merecido. Respecto a sus bienes se desprendió de ellos, su jubilación no fue la que le correspondía porque no quiso jubilar como parlamentario, por no considerarlo justo, Nunca antepuso su beneficio personal a los intereses del país. La política fue un medio para servir, nunca para favorecerse. Quiso ser pobre.
Así pues creo que don Bernardo Leighton merece que se recuerde este episodio porque él como distinguido ex alumno y Ministro de Educación le dio realce al acto conmemorativo tan importante para el Colegio San Ignacio, con un profundo y sentido discurso acerca de la obra de nuestro Santo, alocución inspirada en los Ejercicios Espirituales, que me honro en reproducir a continuación, porque se suma a todas las veces en que proyectó los valores del Evangelio.
Quisiera decir antes de reproducir sus palabras, que el acto terminó con la marcha de San Ignacio, o sea el himno que entonamos muchas veces en nuestra niñez, que esa vez tuvo un significado especial y que al citarlo me hace pensar en los recuerdos imborrables de las lecciones aprendidas, normas de vida y vivencias que me marcaron y en suma la formación recibida en esas aulas ignacianas, a la que asistí junto a los ex alumnos citados, muchos de ellos seguidores del pensamiento social cristiano, encarnado por el señor bajito que derrochaba pasión y amor por la causa humanista cristiana, con una fe religiosa contagiante, amante de la causa de los trabajadores, luchador por la justicia, la libertad y la dignidad del hombre y sus derechos, siempre pensando en los demás, incluso en los oponentes, todo ello inmerso en un amor patrio, que se distinguía porque no era por su Patria , sino la de todos. Supo amarla más que a si mismo, permitiéndonos recordarlo como un rostro moral que siempre actuó como un Hermano.
.Ahora, copio del Anuario de 1950(págs. 80 y 82)el discurso de don Bernardo:
“Exmmo. Señor Cardenal, Rvdo. P. Provincial, señoras, señores:
Ser ex alumno de los Jesuitas envuelve una grave responsabilidad porque significa haber estado cerca del agua viva en cuya fuente es posible calmar la sed.
Los Jesuitas enseñan de muchas maneras y tienen el más valioso elemento educador, que es su larga experiencia.
Todo lo han conocido y lo han enseñado. El Universo—el de los seres racionales y el de las cosas—para ellos no guarda misterios en ninguna de sus dimensiones sorprendentes. Quien tuvo la
inmerecida gracia de convivir con los Jesuitas puedo intentar el descubrimiento de la clave de donde provienen el éxito de su misión y el poder de su genio.
A Ignacio de Loyola Dios lo hizo un Santo; pero primero lo hizo un hombre, todo un hombre.
La vida, la vida real, la de origen divino, la que cayó en pecado, la que fue redimida, la que volverá a caer y volverá a ser redimida, miles de veces, esa vida ( no la otra, la vida de la pura fantasía o la del pecado sin perdón, al estilo pagano) ésta no; aquella vida fue la que vivió Ignacio de Loyola, acaso como nadie la vivió jamás, ni antes ni después de él.
Pudo hacerlo, porque la impetuosidad de su sangre española estaba contenida en un vaso cristalino.
Pues bien, lo que fue Loyola, el caballero español, el Santo, o que iba a ser, prolongándose en el espacio y en el tiempo, a través de su Compañía de Jesús, lo escribió y dejó como un testamento sagrado.
¡El libro de los Ejercicios Espirituales! ¡Allí está la misteriosa clave! Soy uno de tantos, ni teólogo, ni filósofo, ni artista. ¡Uno de tantos!. Doy el testimonio del hombre común para juzgar este libro en el filo del Siglo Veinte y en esta Patria nuestra..
Pretende la ordenación de la vida , repito de la vida real , la vida del hombre que se desarrolla en medio del acontecer del mundo, comprometiéndose en él sin ser de él.
El libro maravilloso, previamente analiza, escudriña, despedaza, pulveriza la la vida; retrata al hombre, tal cual es, por el sistema de colocarlo ante el único espejo que dice la verdad; el espejo de sí mismo!
Enseguida, ordena, construye, dignifica, levanta.
Cristo es el puente, quien enlaza a la creatura con su Creador y descifra el secreto del dolor desde que lo hizo propio y el secreto de la felicidad desde que la hizo ajena.
San Ignacio despeja todas las incógnitas, sin desestimar, no obstante a ninguno de los seres creados.
La vida, después de los Ejercicios, tiene otro sentido.
No deja de ser lo que ella es , lo que será siempre, porque Ignacio no es un desertor de la vida humana; pero cambia su valor.
Es verdad que Dios lanzó al hombre al mundo, pero para que volviera a Dios.
Ciertamente que El conoce el porvenir tanto como conoce el presente; respetando empero la libertad de albedrío.
Hay una Providencia que castiga, pero es la misma Providencia que perdona.
La existencia es una lucha tremenda; sin embargo, cuando empieza centra uno mismo, en todo lo demás se lucha fácilmente.
Es muy seria la tarea de llegar a ser Santo, pero es una tarea que produce paz al espíritu y alegra el corazón del hombre.
San Ignacio penetra el alma y el alma del alma. Su palabra tiene, por eso, actualidad perenne.
Sin salir de los propios muros de este Colegio, nosotros la hemos visto rediviva en la corteza dura del viejo español y en la dignidad juvenil del americano..
Como poder dignificar su nombre sino mediante un esfuerzo educador grandioso y humilde!
¡Nuestro Chile amado necesita de ti, Ignacio de Loyola!
De tu varonil apostura para poder enfrentar sus pesadumbres.
De tu modestia tranquila para soldar voluntades de hermanos con hermanos.
De tu confianza en todas las obras de la creación para laborar siempre con optimismo sano y fecundo.
De tu visión que penetró los siglos venideros para superarse al despertar de cada día.
He dicho.”Este modesto recuerdo de ex alumno de San Ignacio, me llena de gozo, porque el haber conocido aunque poco, a este hombre muy sencillo y muy inteligente, así como profundamente humano y modesto, don Bernardo Leighton Guzmán, me permitió apreciar el que lo llamaran “Hermano Bernardo” y conocer a quien mi amigo Alberto Jerez, diría que era un “Santo Laico”.
Mi permanencia en el Colegio me significó el privilegio de haber conocido a dos hombres ejemplares, a dos chilenos insignes, a dos santos con vocación social y de servicio por los demás, al “Padre Hurtado” y al” Hermano Bernardo”.
EDUARDO BEAS GODOY
Secretario de la Corporación Educacional Bernardo Leighton G,
Ignaciano. Ex alumno de San Ignacio 1947-1952
Palabras dichas en la Misa recordatoria del Hermano Bernardo en enero de 2014.
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24 de junio de 2015
Al recordar a estos chiquillos no puedo dejar de rememorar a un gran amigo, un hombre austero, de figura menuda y serena. Sencillo sin pretensiones, con ojos llenos de picardía, una persona que matizaba constantemente sus estados de ánimo, con licencia de hacer tonterías, como él mismo lo manifestaba. Me refiero a don Bernardo Leighton, quien legítimamente se ganó el apodo de “hermano” y a quien modestamente rindo – con mis recuerdos – un sentido homenaje.
HERMANO BERNARDO
Bernardo Leighton – Vicepresidente de la República de Chile.
Participó durante casi medio siglo en la política chilena, desde una posición intransablemente democrática que le permitió ser un actor y un testigo de nuestra historia. Supo dialogar, cada vez que fue necesario y, al mismo tiempo, no transó la verdad ni siquiera cuando las balas criminales intentaron acallarlo.
Bernardo Leighton, un gran cristiano, que nunca dejó traslucir rencores y menos odio de clases; más bien siempre tenía la palabra comprensiva, la vivencia del amor fraterno, un indulgente por naturaleza, creyó siempre en la bondad del ser humano no pasándosele nunca por la mente que alguien pudiese jugar sucio, un hombre del sur.
A mi juicio, Leighton nos ofreció un legado que conserva hoy más que nunca su plena vigencia: Fe y Democracia, al servicio de la justicia.
Leighton tenía una condición característica, en el sentido de considerar a todos como personas dignas de fiar. Su frase, predilecta y una constante en su vida diaria: “pero es un buen amigo…” Recuerdo una experiencia de vida que lo corrobora. La primera vez que acudí a él yo era Profesor de Religión en la Escuela Inglaterra, ubicada en Quinta Normal. Un día llegué 10 minutos más tarde del horario de ingreso, y con sorpresa constaté que en el Libro de Asistencia aparecería como ausente. Esto no habría sido problema si no es por el hecho de que otro profesor que llegó después que yo pudo firmar sin ningún problema: molesto por esta injusticia, fui a exigirle al Director una explicación: ¿por qué a mí? Un Profesor de filosofía, agnóstico de Rancagua, me indicó que frente a la posibilidad de ser expulsado, era sano recurrir al Ministerio de Educación. Don Bernardo era el Ministro de Educación, muy joven a esa fecha. Así lo hice, me encontré con él y le conté mi problema… él respondió: “…, pero por Dios hijo mío, por qué te metes en estos líos, son radicales , pero buenos amigos, y agregó “para evitar le expulsión, a futuro, redacta de inmediato una carta de renuncia, así no te podrán echar”. Ese era el hermano “Bernardo”, hermano de verdad, hermano de los pobres y desamparados, hermano del que nada tuvo y nada pudo.
Otra anécdota digna de relatar fue cuando Bernardo participaba en una mesa redonda televisada: entre los contertulios se encontraba la Diputada Sra. Carmen Lazo, quien con cierta fogosidad le dijo: “¿No sabe Ud., que lo llaman hermano? A lo que él respondió: “¿Hermano? Sí, Carmencita, soy hermano de todos”.
Un año antes del golpe militar Bernardo manifestó en público y en reuniones privadas del Partido, que si, dentro de las circunstancias que vivía el país hasta el 11 de septiembre, se producía cualquier golpe de fuerza contra el gobierno de Allende, él no sólo lo repudiaría sino que además se colocaría al lado del Gobierno Constitucional, desde el sitio que pudiera hacerlo. Pocos días después del 11 de septiembre Bernardo presentaría un recurso de amparo a favor de algunos conocidos políticos del gobierno depuesto que se encontraban detenidos. Lo hace por teléfono, procedimiento poco usual, pero contemplado en la legislación. Su petición es rechazada por los tribunales, que inician así una conducta que se transformaría en rutina. Bernardo sufrió mucho por esta situación.
A fines de noviembre de 1973 es visitado por el Diputado italiano y Presidente de la Unión Internacional de Juventudes Demócratas Cristianas, Sr. Gilberto Bonalumi, quien viene a invitarlo a visitar Italia en compañía de su esposa con el fin de que pueda descansar un poco de una atmósfera difícil y a la vez explicar a los Demócratas Cristianos de ese país lo sucedido. Costándole tomar la decisión, al fin decide irse (la prensa de la época hablará de un autoexilio) lo que es absolutamente falso. Leighton sale de Chile temporalmente y no con el propósito de permanecer afuera indefinidamente.
Los ataques de alguna prensa oficialista chilena en contra de Leighton por el discurso pronunciado el 11 de septiembre de 1974 en Amsterdam, más la campaña destinada a crear una situación cada día más difícil para la DC, hace que la Junta Militar decrete la prohibición de regresar a su patria, frustrando planes de volver en diciembre de 1974. Se inicia una etapa difícil en la vida del matrimonio Leighton Fresno. No poder regresar a la patria a la que ha dedicado una vida entera al servicio público constituye una medida cuya crueldad no pueden medir plenamente los que nunca la han experimentado.
En esos días Bernardo sentía una pequeña molestia ciática que ya antes había sufrido y luego mejorado, gracias al tratamiento que le facilitara el Padre Lucio Migliaccio de la Orden de la Madre de Dios, muy amigo del matrimonio. Como se acercaba el invierno y para que el dolor no aumentara, decidió consultar al médico, en la tarde del 6 de octubre de 1975 tenía cita con un facultativo italiano colombiano, muy recomendado, quien lo examina solicitándole unas radiografías. Al salir de la consulta anochecía; era otoño, se dirigían a su departamento, situado en Vía Aurelia N° 145, prácticamente al lado del Vaticano; se bajan de un bus, estaba oscuro y solitario, una persona atraviesa la calle, Anita lo ve de reojo y cuando lo pierde de vista, un disparo desde atrás lanza al suelo a Bernardo. Otro disparo igualmente por la espalda, la hiere a ella, cae de bruces. Gracias a Dios, no perdió nunca el conocimiento lo que le permitió pedir auxilio. Lamentablemente las secuelas la acompañaron por el resto de su vida.
El atentado tuvo una difusión no sólo entre los chilenos que vivían en Roma sino en el mundo entero, incluyendo Italia por cierto. La prensa y la televisión italiana dieron la máxima importancia a este crimen político que mereció, naturalmente, el repudio de todos los sectores. Fue un acto terrorista que estremeció el mundo entero.
Inmediatamente ocurrido este hecho fuimos a verlo a Roma, donde ambos se encontraban en un hospital. Llegaron a Roma el Padre Piergiovanni, Sergio Muñoz Leiva y yo, pudiendo ingresar al establecimiento gracias a la ayuda del Padre Lucio Migliaccio, quien además siempre estuvo atento para prestarles ayuda. En otro viaje que hicimos Sergio Muñoz y yo a Italia, les visitamos en su casa de Milán (no más grande y ostentosa que una media agua) y luego de oficiar una misa en su cuarto, les invitamos a almorzar; por ser día sábado, los restaurantes estaban todos cerrados, hasta que al fin encontramos uno, “El Arlequino”. Fue una velada inolvidable, pero no puedo dejar de confidenciar un acontecimiento. Sergio Muñoz decía que él jamás comería “carne selvática” (jabalí); en ese inmemorable almuerzo lo probó y hasta el día de hoy, las veces que regreso de algún viaje a Italia, me pregunta: “¿trajiste jamón de jamón de jabalí?
En otra oportunidad y también estando en Roma, visité a Bernardo y Anita, en compañía de don Santiago Brurón y dos de sus hijos, más el Padre Lucio Migliaccio. Fue una visita corta, pero, muy agradable. Allí, Santiago manifestó que estaba estudiando la posibilidad de consagrarse al sacerdocio.
Demás está decir que las recuperaciones tanto de Anita como de Bernardo han demostrado que una vez más triunfó el bien, y que Dios les permitió ver pronto un Chile libre, causa por la que casi pierden la vida.
“Chile, no tiene razón alguna para permanecer ame-
drentado y enmudecido, contrariando su alma y su
historia. Chile no nació para vivir como ahora vive”.Bernardo Leighton
Gracias”hermano Bernardo” por su gran legado a la historia de este paìs.
PADRE BALDO SANTI
Testimonio en su libro “Algunos recuerdo de mi vida” Julio de 2004.
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Eduardo Frei Ruiz-Tagle
Santiago, 10 de agosto de 2015
Señor
Ramón Valderas Ojeda
Presidente Corporación Educacional Bernardo Leighton Guzmán
PRESENTE
De mi consideración
Por intermedio de la presente quiero agradecer a la Corporación que usted dirige, así como también al Centro de Extensión del Senado, por la gentileza de invitarme al acto con que hoy se conmemora un nuevo aniversario del nacimiento de Don Bernardo Leighton Guzmán.
Por encontrarme en el extranjero me ha sido imposible poder asistir a dicha actividad. No obstante, quisiera aprovechar esta ocasión para manifestar un emocionado testimonio de uno de los hombres más notables que ha dado la política chilena, de quien, además, tengo la dicha de ser su ahijado.
Don Bernardo fue un ejemplo de virtudes superiores, un hombre de esos que muy pocas veces pasan por la vida de los pueblos y que por lo mismo dejan una huella indeleble en su historia. Fue una persona recta, sencilla, humilde y solo interesada en servir a su país, la democracia y a los más pobres.
Dedicó su vida al servicio público y representó en sus palabras, pensamiento y acciones una de las más altas expresiones políticas y la genuina tradición de patriotismo republicano y democrático.
Fue la antítesis de los que en política solo buscan el prestigio, la riqueza y los elogios. Por el contrario, a lo largo de toda su existencia despreció los privilegios del poder y se abocó a la tarea de servir al prójimo y a Chile, ya que él entendió siempre que el servicio público era “un deber superior de la caridad”.
Y es que Bernardo Leighton encarnó lo que pudiéramos ver siempre en nuestro país, la profunda convicción de que la política y la democracia tienen raíces éticas, y que la dignificación de esta actividad supone vivificar permanentemente las fuentes morales que las inspiran.
Cuando estamos solo a días de que se cumpla el centésimo sexto aniversario de su nacimiento, Don Bernardo Leighton sigue iluminando la vida de nuestra Nación y su ejemplo de vida nos convoca a que sigamos haciendo el mayor de los esfuerzos para hacer de Chile un país mejor, más democrático y más justo.
Del mismo modo, quisiera también enviar un saludo a Don José De Gregorio Aroca, quien hoy será distinguido como Socio Honorario de la Corporación Educacional Bernardo Leighton Guzmán.
Don José ha sido un militante histórico y ejemplo de la Democracia Cristiana. Durante 18 años ejerció el cargo de secretario general de nuestro partido, desde donde apoyó con gran lealtad y determinación el gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva, así como también años después se destacó por su trabajo, valentía y compromiso para resistir la dura represión que la dictadura impuso hacia la actividad política.
Les saluda muy afectuosamente
EDUARDO FREI RUIZ-TAGLE
EX PRESIDENTE REPÚBLICA DE CHILE
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Hace 100 años nació en Nacimiento, Bernardo Leighton Guzmán, abogado, expresión de bondad y amistad, líder, demócrata cristiano, Diputado, Vicepresidente de Chile y máxima expresión de la justicia social y ejemplo de una juventud auténticamente revolucionaria.
Lo conocí hace ya muchísimos años, tantos que ya son más los chilenos que no supieron de él, que los que tuvimos la felicidad de tratarlo y aprender sus enseñanzas.
De él aprendimos que la bondad no es debilidad sino fortaleza moral.
De él aprendimos que la violencia verbal sí es una derrota frente a argumentos sensatos y moderados.
Él nos enseñó que ante la fuerza bruta y la mansedumbre serena, esta última triunfa y convence en la vieja batalla de la Universidad de Salamanca cuando Millan Astray le dijo a Unamuno:“Viva la muerte, muera la inteligencia” y éste le contestó “Venceréis pero no convenceréis”.
Sereno en la derrota humilde en el triunfo, de juicio rápido pero análisis profundos, serio ante la gravedad de un asunto, tenía un humor cristalino y blanco y con anécdotas que han pasado a la historia. Amigo de sus amigos, hasta la máxima expresión de la lealtad y jamás una palabra de odio a sus adversarios.
Bernardo fue un líder y un conductor político, sin individualismo perturbador.
Pudo tener todos los cargos que quisiera y jamás aceptó. La Falange Nacional y luego la Democracia Cristiana crecieron impregnadas de una visión ética que nunca traicionó la ética del trabajo y del compromiso adquirido, fue su fuerza moral para ser respetado que hasta hoy reconocemos.
En estas líneas expresamos nuestra admiración por el hombre que fue el paradigma de la bondad y al mismo tiempo nos deja quien fuera su antítesis en la política: toda fuerza, rudeza, muerte u odio.
Los destinos del Señor son inconmensurables y los recibirá en el espacio que su Reino ya les tiene reservado.
Bernardo fue Demócrata Cristiano, pero perteneció al corazón de los chilenos. Fue un faro intelectual, pero su corazón latió siempre con los trabajadores.
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Homenaje a Don Bernardo Leighton, Nacimiento 26 de Enero de 2017
Palabras de Rafael Moreno Rojas
Hoy nos hemos reunido en esta plaza de Nacimiento, la que lleva el nombre de quien homenajeamos, un hijo de esta tierra don Bernardo Leighton Guzmán.
Los más jóvenes se preguntarán quien era esta persona, cuyo nombre se perpetua, no solo en esta plaza, sino que, en otros lugares de nuestro país, responderemos a su pregunta.
Don Bernardo Leighton fue una persona que antepuso a sus legítimos intereses personales, el deseo de servir a su patria y en ella a los más humildes y necesitados.
Se educó en Santiago con los jesuitas de San Ignacio, y tuvo como profesores de sus estudios, a los mismos sacerdotes que formaron a un santo chileno, Alberto Hurtado, con quien compartió las lecciones recibidas y se comprometió desde su más temprana edad con la idea de ser útil a los demás.
Estudio Derecho en la Universidad Católica de Chile, y allí comenzaron a conocerse sus cualidades de líder comprometido con las ideas del humanismo cristiano. Escribió su tesis de grado sobre el problema agrario chileno, siendo uno de los primeros que incursionaron en lo que posteriormente sería una de las transformaciones más profundas de la sociedad chilena, como fue el proceso de reforma agraria y la eliminación del latifundio improductivo y del inquilinaje en nuestro país.
Fue Presidente de la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, y de allí comienza a impulsar el movimiento juvenil que, junto con Eduardo Frei Montalva, Ignacio Palma, Radomiro Tomic y otros jóvenes dan origen a la Falange Nacional.
Destacado entre sus pares, en 1937 con solo 27 años de edad el presidente Arturo Alessandri Palma , lo designa Ministro del Trabajo, en ese cargo da la primera señal publica de lo que será una constante toda su vida, coherencia en la defensa de valores los que no se pueden renunciar , aun a costa de sacrificar las posiciones de gran figuración que se han alcanzado, en efecto, a raíz de una intervención policial que clausura una revista de oposición al gobierno en el que el participaba, al ver que se atropellaban derechos esenciales en la convivencia ciudadana, como es la libertad de prensa, presenta su renuncia y se retira del honroso cargo de Ministro de Estado, que señal tan poderosa entrega Bernardo Leighton, y como quisiéramos que hoy en día, otras personas pudiesen imitar su ejemplo, al defender valores e ideas que no pueden ser dejadas de lado por el mero interés de conservar un cargo , o ser gratos al gobierno de turno.
Tiempo después en 1945 es elegido Diputado por Antofagasta, Tocopilla, el Loa y Taltal, cargo que ejerce hasta 1949, al año siguiente, es nuevamente designado Ministro de Estado por el Presidente Gabriel González Videla, una vez que dicho Presidente promulga la ley de Defensa de la Democracia, para proscribir al partido comunista de la legalidad, Leighton , al igual que todos los falangistas, se manifiestan fuertemente en contra de dicha medida, ya que ello significa una violación a los principios básicos de la democracia, en la que se debe respetar a quienes piensan diferente de uno, y no se puede encarcelar a los disidentes por el solo hecho de tener una visión distinta a la de los gobernantes del momento.
Leighton, siendo un falangista y demócrata cristiano consecuente, nunca acepto someterse ante el poder de quienes pretendieron ejerce el poder al margen del respeto de los derechos humanos y políticos de quienes forman parte de la sociedad chilena.
Al dejar el cargo de Ministro, no tenía medios propios para subsistir ya que siempre había sido abogado de sindicatos y por lo tanto no había podido juntar ningún capital que le permitiese vivir modestamente. Por ello deben irse a vivir con su esposa Anita Fresno a la casa de un tío de su esposa, situación que se prolonga durante un largo tiempo.
Al llegar al poder en 1964, el Presidente Frei Montalva, lo designa Ministro del Interior, cargo que ejerce durante varios años, con sabiduría y prudencia, quien les habla tuvo de oportunidad de trabajar con él en un tema tan delicado y trascendental como era la reforma agraria, y siempre conto con el respaldo y apoyo inteligente de quien era al Ministro del Interior, y en varias oportunidades Vicepresidente de la Republica.
En 1973, cuando el país se agitaba en momentos de gran compulsión social y política, acepta ser candidato a Diputado por Santiago, y es elegido con las primeras mayorías, no obstante que, durante su campana, hace esfuerzos públicos por apoyar a los otros candidatos de su lista. En los meses en que se desempeña como diputado, hace esfuerzos enormes para tratar de que el país no se enfrentase a una lucha fratricida, pero los hechos eran más fuertes que las palabras sabias de Bernardo Leighton, y como ya es conocido, se produce el golpe de estado en Septiembre de 1973, desencadenándose una persecución sistemática, no solo de quienes habían sido partidarios del Gobierno del Presidente Allende, sino que a cualquiera que se opusiese a los dictámenes del dictador.
Es así como en 1974, a raíz de declaraciones que ha formulado en Italia Bernardo Leighton, pidiendo se respeten los derechos humanos en Chile y reclamando el retorno de la democracia en el país, el dictador emite un decreto que prohíbe el regreso de el al país, condenándolo al exilio por el solo hecho de pedir el retorno de la democracia en su patria. Como si ello no hubiese sido suficiente, el 5 de octubre de 1975, manos siniestras impulsadas por la dictadura existente en Chile, atentan contra la vida de Leighton y su señora en una calle de Roma, lugar donde la iglesia católica lo había acogido en uno de sus alberges en dicha ciudad.
Es tan infame el ataque, en el cual el queda herido en el cráneo con una bala , y su esposa recibe otro disparo en la columna vertebral, que la deja invalidad por el resto de su vida, que ello levanta tanto en Chile como en el exterior un movimiento de protesta ante los crímenes que se están cometiendo por la dictadura.
Pero en el marco de su propia tragedia y la de su esposa, surge nuevamente el valor ético y moral de Bernardo Leighton, quien públicamente declara perdonar a los asesinos y sus mandantes y prohíbe cualquiera acción judicial para perseguirlos, conducta que mantiene irreductiblemente hasta su muerte años más tarde.
Pues bien, aquí está dada la respuesta a la pregunta de quién fue este hijo de Nacimiento.
Un hombre íntegro, honesto, leal, amante de su esposa de toda una vida y consecuente con sus valores, cuando para algunos pueden ser difícil aceptar actos de entrega y sacrificio como los que el realizo a lo largo de toda una vida.
Esa es la razón por la que hoy se le rinde un homenaje, porque su figura, sus acciones y su testimonio, son elementos que deben inspirar a las generaciones presentes y futuras.
Actitudes como las de Leighton y su esposa Anita, son un ejemplo, no solo para quienes compartimos sus ideales, sino que, para los chilenos, sin distinción de clases, etnias o posiciones políticas, quienes con un espíritu solidario desean servir en sus vidas a los demás.
Junto con este merecido homenaje en su ciudad natal, hoy se realizan en otros lugares de nuestra patria ceremonias para conmemoran a este hombre sencillo, pero enorme en su dimensión moral y ética, que tan necesaria parece ser en nuestros días.
Siéntanse orgullosos de este hijo de vuestra tierra, así como nosotros nos sentimos orgulloso de él y de su permanente testimonio de humanidad, caridad y consecuencia en su vida.
Muchas Gracias.
Rafael Moreno R.